lunes, 21 de enero de 2019

SIGLO Y MEDIO DESPUÉS: ANTIGÜEDADES PREHISTÓRICAS DE ANDALUCÍA. 1868 Manuel de GÓNGORA Y MARTÍNEZ


Bajo el título Siglo y medio después: Antigüedades Prehistóricas de Andalucía. Manuel de Góngora, 1868, el pasado 28 de noviembre, el Departamento de Prehistoria y Arqueología y la Facultad de Letras de Granada, tuvo a bien conmemorar tan importante efemérides con una conferencia temática bajo la responsabilidad de quien suscribe, en torno a la importante obra editorial sobre prehistoria que escribiera el pretérito profesor y decano de la Universidad de Granada. De la que en 2018 se cumplían ciento cincuenta años desde su primera edición.


      El acontecimiento se celebró mediante un acto previo, con el que el Decanato de la Facultad se sumaba al mismo, dando a conocer e inaugurando en su sede un retrato de D. Manuel de Góngora y Martínez, decano que fuera de la institución, pero del que no se tenía todavía imagen alguna, y que fue presentado por la Secretaria del Decano, prof. Drª Dª Margarita Sánchez Romero.


         Posteriormente, en el aula Federico García Lorca dio comienzo el acto académico con la presentación del mismo por parte de la Vicedecana de Actividades Culturales e Investigación prof. Drª Dª Ana Gallego Cuiñas, así como del catedrático de Prehistoria prof. Dr. D. Francisco Contreras Cortés, ante un nutrido grupo de oyentes, entre los que se encontraban profesores y alumnos del Máster de Patrimonio y Arqueología, impartido por el Departamento de Prehistoria.


GÓNGORA Y MARTÍNEZ, Manuel de. (1868): Antigüedades Prehistóricas de Andalucía. Monumentos, inscripciones, armas, utensilios y otros importantes objetos pertenecientes a los tiempos más remotos de su población. Imprenta a cargo de C. Moro, Madrid, 158 pp., 1 + 2  mapas a color, dos cromolinotipias y 149 figs.


      
      Sin tener que parafrasear lo que ya escribimos en el primer acercamiento crítico a la obra que conmemoramos (Góngora, 1991), hace ya más de un cuarto de siglo, trataré de hacer algunas reflexiones que espero resulten más originales que lo que cualquiera haya podido alcanzar con sus lecturas directas sobre este asunto. No obstante, quisiera pedir disculpas si, pese a todo, esta pequeña aportación acabara siendo un completo déjà vu.
Iniciado el siglo XXI, la pasada primavera se alcanzó la efeméride de los ciento cincuenta años desde que la imprenta diese a la luz, por primera vez, el libro Antigüedades Prehistóricas de Andalucía, que un todavía joven catedrático en Granada, pero almeriense de Tabernas, había escrito después de recorrer media Andalucía a la búsqueda de vestigios prehistóricos. Con él trataba de complementar la visión sesgada de la historiografía anterior, más centrada en temas de la antigüedad clásica, pero desde un punto de vista más epigráfico y filológico, que arqueológico y, en todo caso, imbuida también de elementos míticos tan poco contrastables, como nada creíbles.
Visto desde ahora, Antigüedades podría parecernos el superficial acercamiento a una temática demasiado desconocida en la España de la segunda mitad del siglo XIX; pero esta mirada contemporánea resulta igualmente simple en su apreciación, porque el autor no resultaba ser tan sencillo cronista como hubiera podido parecer en un principio.
La vida de Manuel de Góngora y Martínez tampoco ofrece un perfil átono, como el de otros intelectuales coetáneos. Vivió en un siglo novecentista que había frustrado los deseos revolucionarios y renovadores de una ilustración afrancesada, bajo la brutal ignorancia y miopía de un absolutismo monárquico que se resistía, a sangre y fuego, a su inevitable desaparición. Personalmente, tampoco puede olvidarse, que D. Manuel estuvo dotado de una profunda ambición, lo que le permitió recorrer muchos de los escalones académicos previstos en la organización educativa, cultural y administrativa de entonces, alcanzando no solo la cátedra granadina de Historia, sino el decanato de la Facultad de Letras.


Ese mismo espíritu inquieto de su extenso currículo fue el que debió aplicar a su denodado interés recopilatorio de sitios con valor prehistórico y arqueológico, aportando innumerables datos que apoyaban las razones dinamizadoras de la nueva ciencia antehistórica. Todo, frente a los viejos cronicones que, hasta entonces, habían explicado las épocas más antiguas de nuestro pasado, sin ningún sentido crítico ni objetivo. Es probable que Góngora ya conociese algunas publicaciones científicas previas en las que se había empezado a formalizar la estructuración de los tiempos prehistóricos. Así, la de Jacques Boucher de Perthes (1847-1864), cuyo acceso pudo facilitarse gracias a sus relaciones con la Real Academia de la Historia. Allí, su valedor Aureliano Fernández Guerra llegó a nombrarle inspector de Antigüedades de Granada y Jaén (1858) con el beneplácito de aquella Real Institución. Idéntico conducto que relacionaría a nuestro autor con otra de sus lecturas formativas, constituida por el caso de un tratado más reciente, que pudo leer en su primera edición francesa, ya que se habría editado dos años antes que Antigüedades. Su responsable fue el estudioso anglosajón John Lubbock (1866), y se trató de una obra donde ya se sistematizaban, tanto Paleolítico como Neolítico, y cuyo autor el propio Góngora señala conocer en su libro.


Lo que sí parece evidente es que, atendiendo al concepto que ahora tenemos sobre lo que es la arqueología y el arqueólogo, pero sin el bagaje de las tecnologías contemporáneas, Góngora acabó convirtiéndose en un destacable prospector, poseedor de una intuición fuera de lo común y una capacidad para la identificación, de lo que hoy llamaríamos bienes patrimoniales, únicos. Algo que desarrolló no solo en los aspectos propiamente prehistóricos, sino en los histórico-artísticos, como cabe deducir de lo ocurrido con el Arco de las Orejas de Granada, cuyo intento de derribo en las inmediaciones de la plaza de Bib-Rambla, fue contestado por D. Manuel a la cabeza. De manera que en 1873, reunía a la Comisión de Monumentos de Granada para pedir al Director de la Real Academia de la Historia que enviase una segunda comisión y expresara al Ministerio de Gobernación la disconformidad de la primera con aquel derribo. Pese a que toda la demanda se gestó bajo la dirección del académico y arabista Pascual de Gayangos y Arce, sus esfuerzos ante el Gobierno fueron vanos y la monumental puerta sur de la Granada nazarí fue desmontada y trasladada al bosque de la Alhambra, donde todavía sigue.


De todos modos, tal caracterización del personaje tampoco debe provocarnos ninguna sospecha, porque las circunstancias históricas en que se desenvolvió nuestro autor hubieron de facilitar su labor como arqueólogo y gran descubridor de elementos patrimoniales. Se trata del profundo proceso de desamortización que desencadenaron, tanto Juan Álvarez de Mendizábal como Pascual Madoz a lo largo del XIX, y cuyos efectos -entre otras cosas- sirvieron para liberar una enorme cantidad de propiedades rústicas para la práctica agrícola y la deforestación; pero, también, para favorecer un acceso mucho más fácil y expedito de cara a las exploraciones de cualquier tipo. Góngora debió de aprovechar ese espacio ignoto que se ofrecía a su curiosidad científica y en el que pudo aplicar sus conocimientos histórico-arqueológicos sin ninguna limitación y con excelentes resultados, como muestra generosamente el propio contenido de hallazgos muebles y de sitios arqueológicos que conforman su Antigüedades.
Sin necesidad de ser totalmente literales en la larga nómina que allí se recoge, de la inmensa cantidad de datos sobre sitios y descubrimientos arqueológicos que Góngora fue capaz de recopilar, destacaron algunos inéditos que todavía hoy siguen mostrando interés entre los investigadores contemporáneos. Sorprenden, así, los hallazgos de la Cueva de los Murciélagos de Albuñol, a los que el autor dedicó dos exquisitas cromolinotipias coloreadas, que hicieron cumplido honor a unos abundantes vestigios entre los que destacaban muchos de origen vegetal, tan extraordinariamente conservados que, aún hoy, siguen deleitando en el MAN por su belleza de ejecución y excelente conservación, pese a tratarse de objetos de época neolítica con una antigüedad de más de seis milenios.


Pero también se hablaba allí de los dólmenes de Antequera, de la enorme riqueza de las Peñas de los Gitanos de Montefrío, de otros vestigios de Huélago, Gorafe y Laborcillas, de las pinturas rupestres de Vélez-Blanco, de los desaparecidos dólmenes de Dílar, de la posible ubicación de Ilurcon, y de tantas y tantas otras cosas de mayor o menor apreciación y comprensión. Muchos nombres, lugares y objetos que mostraban un infatigable recorrido geográfico por tierras de Granada, Jaén y Almería, el auténtico espacio territorial que Góngora había querido explorar, centrado en lo que había sido el Antiguo Reino de Granada. De ahí había surgido el frustrado título de su libro, Antigüedades de los primitivos pobladores del territorio granadino, cambiado a última hora por la directa intervención de una Real Academia de la Historia, más preocupada por la mayor proyección de una obra que, en sí misma, no hubiera necesitado tanta mudanza.
Pese a aquella falseada ampliación nominal de la geografía objeto de estudio, la acumulación de datos aportados por un espacio mucho más reducido fue de tal volumen, que probablemente no tuvo el autor tiempo ni de incluirlos todos en su publicación original. Y lo fue hasta tal punto, que su libro no tardó en tener que completarse con el añadido que supuso un auténtico opúsculo, que el autor dio a la imprenta dos años más tarde de la primera entrega (Góngora, 1870). El título de esta adición expresa fielmente la relación con su predecesor editorial,  manifestando otra vez con ello la inquietud de un investigador que en pocos casos pareciera capaz de quedar satisfecho con lo que acababa de hacer. Pero, tampoco, de estarse quieto, nunca dejando de explorar yacimientos inéditos que, dadas las circunstancias de la época, no parecían tener fin.
Desde la vertiente exclusivamente editorial, tuvo que transcurrir un siglo y veintitrés años, hasta que una iniciativa en la que fui partícipe (Pastor y Pachón, 1991) pudiera materializar la publiación comentada y facsimilar de la obra de Góngora. Dada a la luz por la Universidad de Granada en el nº 27 de su colección Archivum, sufrió como su homóloga la circunstancia de quedar agotada hace ya tiempo. Y, hasta aquel entonces de principios de los noventa, quizás fuese la única ocasión en que se acometió la empresa de incluir, junto al facsímil, un estudio preliminar que abordaba en una obra de contenido prehistórico un acercamiento biográfico del autor, junto a un análisis con carácter crítico de la vieja publicación.


Posteriores y más numerosos proyectos solo optaron por la recuperación del texto decimonónico. Pero, entre ellos, debe hacerse la salvedad del que publicara la Real Academia de la Historia, dieciséis años después de nuestro estudio, con motivo de la Feria del Libro del año 2007, atendiendo al encargo que el ínclito profesor D. José Manuel Gómez-Tabanera hiciera a la no menos conocida Dª Ana María Muñoz Amilibia. Aunque quizás acabara siendo un intento algo fallido de lo que pudo pretenderse, porque aquella introducción no pasó de ser, en gran medida, una versión bastante abreviada de lo que ya se había publicado. Bien es verdad, que añadió una anécdota atribuible al granadino D. Manuel Gómez Moreno que, con motivo de las Antigüedades de Góngora y de los magníficos hallazgos de los Murciélagos de Albuñol, no tuvo reparos en mofarse de otros prehistoriadores y de la misma buena fe de nuestro autor, por considerar neolítico todo lo hallado, cuando –según él– la mayor parte de lo encontrado había sido recogido en tiempos del propio Góngora por las casas de Albuñol. Afortunadamente, las mediciones radiológicas que hicieron hace tiempo Cacho, Papí, Sánchez y Alonso (1996) pusieron las cosas en su sitio, devolviéndole a aquellos venerables restos la consideración de antigüedad (5200-4600 a.C.) que la certera perspicacia de Góngora había sabido capaz de valorar más acertadamente que las insidiosas apreciaciones de Gómez-Moreno.
Este relato sirve para situar mejor a D. Manuel de Góngora en el espacio intelectual que le corresponde, considerando la indigencia que los estudios prehistóricos aún mostraban en la España de aquel entonces. Debe tenerse en cuenta que, en este sentido, con las lecturas de Bucher de Perthes o Lubbock, su concepción de la época prehistórica debió estar suficientemente conformada, probablemente en un nivel suficientemente elevado, respecto del que podían mostrar otros estudiosos del momento en nuestro país. En ese sentido, Antigüedades debe entenderse como un precedente, no solo cronológico de las primeras grandes obras que trataron la prehistoria de España y que ya se debieron a los hermanos Siret, en cuyos escritos puede rastrearse el recuerdo hacia el viejo maestro español, así como el de muchas de las estaciones arqueológicas que él recorriera. Pasado algo menos de medio siglo, la obra recopilatoria de Luis Siret (1913) recogió un sinfín de datos de Antigüedades, citando a nuestro insigne decano, quien ya no sería olvidado tan fácilmente.


La propia Facultad de Letras de Granada, cuantos profesores del ramo recorrieron sus aulas, dígase M. Pellicer, A. Arribas y los todavía docentes en la misma, en el actual Departamento de Prehistoria y Arqueología, han contado entusiastamente con las exploraciones arqueológicas de Góngora para desarrollar programas de investigación que han reportado excelentes resultados al desarrollo de la disciplina en lugares conocidos por nuestro viejo autor, como Montefrío, Laborcillas, Gorafe, etc. Demostrando, así, que la semilla que implantara don Manuel con sus estudios prehistóricos ha sido extremadamente fecunda, sin que nunca cayera en terreno yermo. Siendo capaz de generar otros góngoras, claves para prolongar, engrandecer y entender su obra.
Convendría, pues, hacer una mínima reflexión sobre lo que siguen representando Antigüedades y Manuel de Góngora, respecto a una doble tendencia. Una, la tradición, recogida en la narración del contenido, que sigue las pautas de los libros de viajes propias de la herencia ilustrada, como lo fue el más antiguo libro de Antonio Ponz (1772-1794). Dos, la modernidad, reflejada en las aportaciones al conocimiento de la prehistoria hispana, como nunca se habían recogido en ninguna otra publicación anterior, ni de su época. A ello se unió una metodología usada para su conocimiento: dibujos, grabados y un claro apoyo en la fotografía, que luego continuaría en otras obras inéditas, como el que recoge su viaje realizado por la provincia de Jaén. Moneda corriente hoy en cualquier investigación de esta temática.


Góngora, en definitiva, fue un intelectual a caballo entre dos mundos y reflejo fiel de una sociedad sometida a profundos cambios, tal como exigían los nuevos tiempos frente al inmovilismo del pasado. Su obra supo recoger ambas cosas, de modo que las novedades afloran como un raudal de aire fresco a lo largo del centenar y medio de páginas que conforman su estudio. De ahí su vigencia, que finamente apuntó  Eduardo Saavedra (1869: 10), también miembro de la Real Academia de la Historia, en unas palabras que dedicó a Manuel de Góngora con motivo de la publicación de Antigüedades y que, en gran medida, podemos hoy seguir asumiendo:

«... el amor a la ciencia y la fe en sus principios.
Ésta es la cualidad que resplandece en el Sr. D. Manuel de Góngora, y merece por ella un aplauso de su país y los plácemes de los amantes de las letras. Despreciando molestias, desafiando peligros, venciendo dificultades y arrostrando la decepción unas veces, el ridículo otras, el modesto catedrático de Granada, repuesto apenas de las fatigas que el aula procura al hombre pundonoroso, ya corría a las breñas de Albuñol a descubrir una antigua tribu que vestía de esparto, ya paseaba las vegas y barrancos del territorio granadino, catalogando, midiendo dólmenes o ciclópeas murallas, o penetraba en escondidas cavernas para sorprender ignorados signos de gentes más ignoradas todavía. Los anticuarios de gabinete son numerosos; los que viajan en ferrocarril no son escasos; los que trepan a pie por riscos y barrancos son muy contados, y a esa clase pertenece Góngora; clase llana por sus maneras y costumbres, aristocrática por su inteligencia y altos fines.
Hoy que en España, como fuera de ella, no se quieren ya reconocer otros fueros que los de la ciencia, ni otra aristocracia que la del talento, ni otros méritos que los del trabajo, el Sr. Góngora está de enhorabuena: nació su libro precisamente, tras largos afanes, la víspera del día en que podía ser comprendido y apreciado. Como hombre de gusto y con artística intención, ha hecho que todo conspire al fin patriótico que se había propuesto: la parte material, por su lujo y elegancia, corresponde a la solidez y buen método de la composición literaria; los grabados son excelentes y profusos, las láminas coloreadas, llenas de interés, y hasta el papel se ha hecho expresamente para la obra en las fábricas de esa Andalucía que debía ilustrarse en sus páginas. La nación no puede mirar con indiferencia trabajos como este: antes era la nación un grupo de personas o un ministerio; hoy es el público, y creemos que no dejará sin el premio de su atención los prolijos desvelos del autor cuyo libro hemos dado a conocer».

Y Saavedra, tenía razón, ciento cincuenta años después vuelve a concitarnos el mismo motivo, las Antigüedades Prehistóricas de Andalucía, de don Manuel de Góngora y Martínez, catedrático y decano en Granada. Pero, por encima de todo, prehistoriador.

Bibliografía

BOUCHER DE PERTHES, J. (1847-1864): Antiquités celtiques et antédiluviennes: Memoire sur l'industrie primtive ou des arts à leur origine. Treuttel et Wurtz, Dumoulin, Victor Didron et Derache, Paris.
CACHO, C., PAPÍ, C., SÁNCHEZ, A. y ALONSO, F. (1996): La cestería decorada de la Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Granada), Complutum Extra, 6 (I), pp. 105-122.
GÓNGORA, M. de (1870): Antigüedades Prehistóricas de Andalucía: Cartas sobre algunos nuevos descubrimientos.
LUBBOCK, J. (1867): L’homme avant l’histoire, étudié d’après les monuments et les costumes retrouvés dans les différents pays de l’Europe. Suivi d’une description comparée des moeurs des sauvages modernes. Germer-Baillère, Paris.
      MUÑOZ, A. M. (2007): Prólogo a Antigüedades Prehistóricas de Andalucía. Real Academia de la Historia, UNED, Madrid.
PASTOR, M. y PACHÓN, J. A. (1991): Estudio preliminar a Antigüedades Prehistóricas de Andalucía. Archivum, 27. Edición facsímil. Univ. de Granada.
PONZ, A. (1772-1794): Viage de España, en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella. Viuda de Ibarra, Hijos y Compañía, Madrid.
SAAVEDRA, E. (1869): Antigüedades Prehistóricas de Andalucía, por D. Manuel de Góngora, Revista de Obras Públicas, 1, pp. 9-10.
SIRET, L. (1913): Questions de chronologie et d'ethnographie ibériques. Tome I. De la fin du Quaternaire à la fin du Bronze. Paul Geuthner, Paris.

Juan A. Pachón Romero
Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino

viernes, 11 de enero de 2019

SOBRE EL DEPÓSITO PRERROMANO DE LA CALLE ZACATÍN DE GRANADA

    El pasado 9 de enero tuvo lugar la presentación en el teatro del Hotel Palace de Granada de la revista Alhóndiga (http://www.revistaalhondiga.com/revistas/), que ya cubre su doce entrega (enero-febrero de 2019) (fig. 1) y en la que se recoge una breve consideración de nuestra autoría sobre el descubrimiento arqueológico prerromano de la calle Zacatín. Bajo el 'llamativo' título de «El tesoro griego de la calle Zacatín», damos a conocer ciertos detalles de este hallazgo de enorme relevancia, como demuestra el enorme acopio de cerámicas griegas y vidrios orientales que contenía. La revista que incluye nuestra publicación, centrada en temas granadinos de más amplio espectro, abre así un hueco a la socialización del patrimonio arqueológico local, completando el repertorio temático que la ha venido caracterizando y que, como arqueólogos y patrimonialistas de la antigüedad, debemos agradecer.

1. Cartel de promoción del vigente número de Alhóndiga.


     La noticia que publicamos en Alhóndiga (fig. 2), debido al sentido divulgativo de la misma, obvió algunas imágenes y referencias que en este blog resultarían obligadas; tanto para poder valorar mejor el trasfondo de lo que significa el depósito del Zacatín, como el reconocimiento a aquellos que ya han venido estudiando, más en profundidad y científicamente, este importante hallazgo granadino. Por lo que aquí trasladaremos no solo lo publicado en la revista de referencia, sino algunos detalles más que en este espacio son totalmente ineludibles.


2. Primera página del artículo en Alhóndiga.

EL TESORO GRIEGO DE LA CALLE ZACATÍN

Nadie habría podido imaginar que, cuando en el año 1999 se rehabilitaba la finca nº 10 de la calle Zacatín de Granada (fig. 3), acabara encontrándose en su subsuelo, alrededor de tres metros bajo el nivel de la superficie actual, un auténtico tesoro de objetos griegos de la antigüedad clásica que habían quedado sepultados en torno al siglo IV a.C., hace ya la friolera de casi dos milenios y medio. Lo normal en ese sitio hubiese sido el hallazgo de cualquier resto de época moderna, o incluso de elementos islámicos de tiempos medievales (nazaríes); teniendo en cuenta la cercanía que otros vestigios patrimoniales de esa época tienen con el lugar del descubrimiento, como el Arco de las Orejas, cuya presencia –tras su traslado desde su original ubicación en las inmediaciones de Bib-Rambla– enriquece hoy patrimonialmente el bosque de la Alhambra.


3. Finca de la calle Zacatín donde se produjo el hallazgo

Pero en la calle Zacatín la realidad fue otra y, superando a la ficción, los investigadores que hacían el seguimiento arqueológico de urgencia en el vaciado del solar de referencia, vinieron a descubrir una antigua fosa en el relleno limoso de una de las terrazas aluviales del río Darro, en la que se había depositado un verdadero ‘cofre del tesoro’ que todavía está haciendo las delicias de un montón de arqueólogos, historiadores de la antigüedad, ceramólogos y estudiosos, en general, de la pasada Granada ibero/bastetana anterior a los romanos. En realidad, el enorme depósito encontrado es un auténtico batiburrillo de objetos (fig. 4), realizados en diversos materiales (metal, cerámica, hueso y cristal) y, en gran medida, fragmentados; pero, entre los que destacan cerámicas de procedencia griega y vidrios de la misma naturaleza y orientales.


4. Selección del contenido del depósito del Zacatín. Según A. M. Adroher

La importancia del hallazgo estriba en que se trata de una recuperación arqueológica ingente, con una cantidad de ejemplares tan peculiares que, en el caso de las cerámicas griegas no tiene parangón conocido y permite colocar a la antigua ciudad de Granada, la Iliberri bastetana, en una posición de dinamismo económico y comercial del que no había demasiada constancia antes de lo hallado en Zacatín 10. Todo ello pone en evidencia la relevancia de las importaciones de productos griegos demandados por la población que habitó aquella Granada, cuando se la llamaba Iliberri y se situaba en las alturas del actual Albaicín, que debió ser de un volumen semejante al de otros lugares peninsulares que sí disfrutaban de mejores conexiones para los intercambios con el Mediterráneo. El espacio geográfico de donde debieron llegar buena parte de los artículos manufacturados que se encontraron en el depósito granadino.


3. Copas áticas de figuras rojas. Principios del s. IV y 375-350 a.C. Según I. de la Torre.

Antes del descubrimiento, Iliberri no pasaba de ser considerada por los historiadores especializados como una ciudad relativamente provinciana, de carácter más rural que urbano, en la que la presencia de productos exóticos griegos eran exclusivamente esporádicos y claramente superados por las recuperaciones arqueológicas de otros núcleos de población más significados como Basti (la actual Baza). Ni siquiera las variadas excavaciones que en los últimos años se habían venido desarrollando en el mismo Albaicín, habían sido capaces de aportar artefactos de esa naturaleza que pudieran nivelar mínimamente ese sorprendente desequilibrio, que hacía de esta zona granadina un reducto prácticamente vacío en los mapas de hallazgos griegos del sureste peninsular.
Pero la calle Zacatín ha dado un vuelco a la situación, y eso es lo que el tesoro que guardaba representa. Incluso con el inconveniente de que una gran mayoría de los objetos recuperados estén fragmentados, además de claramente incompletos, la minuciosa comprobación de lo hallado arroja un saldo sorprendente. De los casi cinco mil fragmentos de cerámica con sus cuarenta quilos de peso encontrados, que solo representan una parte del depósito, cerca de tres mil quinientos serían cerámicas griegas áticas, repartidas entre barnices negros (1.193 individuos) y decoradas con figuras rojas (2.269); cifras que representan un montante de algo más de un setenta por ciento del total. Cantidad que cabe valorar como uno de los acopios más voluminosos de estos tipos cerámicos en el Mediterráneo Occidental, si no es el mayor, ya que no han podido considerarse los espacios inexplorados más allá de los límites del solar investigado, por donde también sabemos que se extiende el depósito.


4. Askos/Guttus (dispensador) de barniz negro y decoración en relieve. 375-350 a.C. (J. A. Pachón).

Dejando a un lado la contabilidad de lo recuperado, otra de las sorpresas de Zacatín es la interpretación del uso que pudo tener el depósito. Con las primeras impresiones, precipitadamente, se adoptó la idea de que pudo tratarse de un espacio de índole funerario, relacionado con alguno de los cementerios (necrópolis) de Iliberri. Pero esta posición ha sido abandonada por la práctica totalidad de los investigadores, que no han podido encontrar elementos de juicio que permitan ampliar el número de espacios mortuorios conocidos tradicionalmenrte (Mirador de Rolando y colina del Mauror). 
Frente a ello, hoy cobra especial interés una lectura menos habitual, aunque tampoco totalmente desconocida entre los usos y costumbres de los ibero-bastetanos de la Granada pretérita. La fosa rellena de tan heterogéneo y rico material cuadraría más con un depósito de carácter ritual, formado en un acto litúrgico que tendríamos que asociar con las creencias mágico-religiosas de las gentes que habitaban la ciudad en aquel momento (375-350 a.C.) Aunque, frente a otros complejos arqueológicos semejantes y pozos rituales conocidos, el de Zacatín debió formarse de una vez en una sola ceremonia (sincrónicamente), en lugar de producirse tras una colmatación lenta y progresiva (diacrónica) como presentan otros casos y según se deduce de los estudios que ya se han realizado sobre los contenidos del hallazgo.
Esta cuestión magnifica aún más el insólito carácter del ‘tesoro’ granadino, porque significa que el variopinto conjunto de materiales contenido tuvo que abastecerse especialmente para la ocasión y, en el particular de los elementos de lujo (cerámicas griegas, cristales para perfumes, aceites y vino, algunos metales y muebles de hueso grabado), no debió ser fácil reunirlos. Por lo que su apropiación constituyó un proceso extraordinario de recopilación para un acontecimiento igualmente trascendente, que debió exigir un tiempo suficiente de acopio y el concurso de un grupo más que representativo de miembros de la comunidad de Iliberri; independientemente de las probables incorporaciones foráneas, si el acto de ritualización estuvo relacionado con un posible acto de magia simpática para favorecer, mediante el concurso propiciatorio de las deidades, alguna actividad económica de tipo comercial con su lógica derivada de las necesarias relaciones con otros pueblos.


5. Vidrios coloreados: oinocóe, anphoriskos, alabastrón y aryballos. 600-350 a.C. (J.A. Pachón).

Que lo hallado se recuperara en un estado de tantísima fragmentación, puede llevar fácilmente a pensar que más bien el depósito fuese una acumulación de desechos, abandonados en un hoyo ocasional, sin tener que atender a ninguna explicación tan elaborada. Pero no, el conjunto estuvo afectado por el fuego, como sea aprecia no solo en la superficie de los fragmentos, sino también en las zonas de fractura, por lo que la deducción es fácil: los objetos se rompieron premeditadamente para quemarlos, arrojándolos a las llamas  y proceder a sepultar los restos en la fosa. No obstante, la constatación de que el fuego no afectó por igual a todo el contenido, quizás hable de que el incendio pudo hacerse in situ, implicando mayormente a las capas superiores del relleno. Indudablemente, la ausencia de huesos quemados alejó la idea de que lo hallado formara parte de una tumba de incineración, o de un ustrinum, que sería el lugar concreto donde los pueblos iberos, como luego los romanos, incineraban los cuerpos de los difuntos, en reductos al efecto y al margen de las tumbas. De la misma manera, tampoco Zacatín puede confundirse con un posible silicernium (banquete funerario), por tres motivos: uno, no hay constancia arqueológica en los alrededores de ningún vestigio mortuorio; dos, el conjunto de vasos cerámicos en Granada supera con creces el habitual repertorio tipológico de vasos propios de esos espacios rituales sacralizados donde solo encontramos cerámica griega para la bebida y la comida; y tres, no hay ningún resto de comida (huesos, conchas y otros restos zoológicos). 
De todo ello, quedaría que el tesoro de Zacatín muestra cómo la impronta griega sobre la Granada ante-romana debió ser de tal calado, que incluso ahora entendemos mejor las razones que pudieron llevar a la Iliberri ibérica a adoptar un tipo de moneda única, que no comparte nada con ningún representante monetal de otras ciudades prerromanas. Aquellas que también emitieron moneda, pero cuyas figuraciones faciales son diferentes, pese a que repitieran muchos símbolos entre ellos, al margen del caso granadino.  Esa nota diferencial de nuestra ciudad podría tener mucho que ver con la influencia grequizante, tanto si se tomaron modelos de algunas de las ‘ilustraciones’ que decoraban las cerámicas griegas que aquí se llegaron a conocer, o si se copiaron de monedas griegas que pudieron llegar por comerciantes helenos o iberos, acostumbrados a hacer transacciones entre unos y otros lugares del Mediterráneo. Esa característica numismática es el símbolo de tres piernas (triquetra/triskeles) que arrancan radialmente de una cabeza de Gorgona y que personaliza el tipo de la moneda iliberritana en su reverso, junto con la leyenda en escritura indígena (ibérico) del nombre de la ciudad. En este sentido, puede recordarse que hay monedas con símbolos parecidos, entre otros sitios griegos, en Sicilia (Magna Grecia) y en Lycia (Asia Menor); sin que falten en Etruria (Italia Central), donde la influencia griega tampoco fue desdeñable.


6. Moneda de Iliberri (J. A. Pachón).

Como conclusión, lo hallado en Zacatín no es sino un reflejo más de la caja de sorpresas patrimonial que Granada aún parece seguir guardando en su subsuelo. Un tesoro que, poco a poco, empieza a mostrarse en el Museo Arqueológico de la ciudad para conocimiento de los granadinos, pero que esperemos siga ampliando su contenido con nuevos y tan llamativos descubrimientos.

Bibliografía y referencias para saber más

ADROHER, A. M., SÁNCHEZ, A. y DE LA TORRE, I. (2015): "Cuantificación en cerámica, ¿ejercicio especulativo o ejercicio hipotético? Las cerámicas ibéricas y púnicas en la Iliberri del siglo IV a.C. procedentes del depósito de la calle Zacatín (Granada)", Archivo Español de Arqueología, 88, pp. 39-65.
— (2016): "Cerámica ática de barniz negro de Iliberri (Granada, España).Análisis crono-estadístico de un contexto cerrado", Portvgalia, 37, pp. 5-38.
ROUILLARD, P. y DE LA TORRE, I. (2014): "Les coupes à tiges attiques de Zacatin (Grenade); premières reflexions sur un lot de vases du IVe s. av. J.-C-", Bastetania, 2, pp. 1-14.
ROUILLARD, P., DE LA TORRE, I. y SÁNCHEZ, A. (2017): "Las cerámicas griegas áticas de figuras rojas de Zacatín /Granada, España)", Archivo Español de Arqueología, 90, pp. 271-298.
SOL,J. F., ADROHER, A.M., GARCÍA, J. y DE LA TORRE, I. (2018): "Objetos de vidrio en un conjunto cerrado en Iliberri (Granada) en el siglo IV aC" Pyrenae, 49.2, pp. 37-60.

lunes, 7 de enero de 2019

EN TORNO AL VALOR PATRIMONIAL DE LAS CANTERAS DE OSUNA

     En el último número de Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna (20, diciembre de 2018, pp. 117-124) se recoge un artículo que muestra nuestra última aportación sobre el interés cultural de las Canteras de Osuna. El trabajo incide en algunos de los restos que aún se conservan en una de las muchas minas de piedra a cielo abierto, que conforman este peculiar paisaje de economía extractiva, sito en el solar de las antiguas ciudades romana y prerromana que precedieron a la actual villa sevillana. En este sentido, vestigios antiguos de raigambre arqueológica han acabado unidos a otros recientes, pero que -en conjunto- empiezan a tener ya un valor patrimonial que exige su documentación, catalogación y preservación del tan significativo conjunto paisajístico e histórico que en Osuna conocemos como Las Canteras.




















































































                                                                                       Página primera de la publicación de referencia.

    Para una mejor lectura del original, trasladaremos al blog el contenido de nuestra publicación, con la salvedad de que la primera figura solo la reproduciremos en la imagen de la primera ilustración de esta entrada, como hemos adjuntado más arriba:

ARQUITECTURA INSÓLITA EN EL ÁMBITO ARQUEOLÓGICO DE OSUNA

  La arquitectura arqueológica de la Osuna antigua no ha representado hasta ahora un corpus sistemático en los estudios sobre la colonia romana, ni en los de época precedente, salvo acercamientos concretos a elementos parciales de aquel específico contenido. Bien es verdad que el precario estado de conservación de sus ítems constitutivos no ha contribuido tampoco a cambiar positivamente esa tendencia. Pese a todo, contamos con algunas aportaciones reseñables que se concretaron en los ejemplos de la muralla Engel/Paris (Engel y Paris, 1906 y 1999; Pachón y Ruiz, 2005), el teatro romano (Jiménez et al., 2016) o la necrópolis rupestre (Pachón y Ruiz, 2006). Quizás esa circunstancia marcadamente restrictiva, junto con las precarias condiciones de conservación del sitio, además de la negativa incidencia que la minería extractiva lítica ha provocado entre sus restos patrimoniales, expliquen el importante desconocimiento que aún hoy tenemos sobre las estructuras arquitectónicas de un establecimiento arqueológico de la enorme importancia histórica de Osuna. Por lo demás, si la actividad llevada a cabo en las canteras ha mermado significativamente aquella conservación patrimonial, el subsiguiente abandono de las mismas, su nula patrimonialización (Seño, 2008; Fajardo, 2015) como fiel exponente de la arqueología industrial, así como su
mal y, a veces, bastante peor entendida recuperación (www.elcotolascanteras.com), han puesto hasta hoy en peligro una parte importante de los restos arqueológicos que, en mayor o menor medida, utilizaron el sustrato rocoso que constituyó la materia prima de aquella perdida actividad económica a cielo abierto (fig. 1). El presente trabajo pretende dar a conocer una infraestructura de valor arquitectónico que aún se mantiene en el interior de una cantera y cuyo significado interpretativo plantea dudas de índole cronológico, funcional y cultural, pero que ofrece caracteres de gran personalidad, para merecer que el esfuerzo de todos impida su deterioro y definitiva desaparición.

PUNTO DE PARTIDA
    No es la primera vez que constatamos y analizamos directamente cómo las canteras en Osuna han venido evidenciando vestigios arqueológicos arquitectónicos que se excavaron en la roca, total o parcialmente (Pachón, 2007), demostrándose la continuidad de una práctica constructiva local en la que incluso ciertas sepulturas, desde momentos prehistóricos, fenicios y púnicos, socavaron el sustrato calcoarenítico para acomodar enterramientos en lo alto de los altozanos que conocemos tradicionalmente como Cerro de las Canteras y Garrotal de Postigo; este último, entre los caminos de San José y de Granada (Aubet, 1971; Pachón y Pastor, 1990; Pachón, 2010). Esa práctica acabó siendo una tradición constructiva que se prolongaría temporalmente hasta tiempos romanos y posteriores (Pachón y Ruiz, 2006; Pachón, 2014), aunque las estructuras rupestres más interesantes quizás tuvieran que ver más con el periodo orientalizante, cuando no sólo encontramos un polimorfi smo constructivo más diverso, sino también una profundización vertical mayor de los sepulcros en la masa pétrea donde se realizaron. En este sentido, cobra interés recordar paralelos cercanos, como el del desaparecido pozo funerario de Marchena, que –por los datos conocidos– podría haber llegado a tener hasta doce metros de hondo (Ferrer, 1999: 102, fig. 1). En Osuna, los subterráneos arqueológicos de carácter mortuorio que hemos podido conocer, y que tuvieron algún acceso vertical, no alcanzan magnitudes tan importantes. Pero el caso que aquí presentamos ofrece distintas peculiaridades con sufi ciente interés para que, si pueden relacionarse con los precedentes más antiguos, pudiera cambiar el panorama que hasta ahora ha venido conformando la arqueología local, así como el interés real de sus canteras y el valor patrimonial que podrían acabar teniendo con su más que necesaria recuperación.
    La localización del subterráneo estudiado nos conduce a la cantera que todavía encontramos frente a la finca que acoge el teatro romano, al norte del Camino de las Cuevas. Es la mayor de las minas al aire libre que explotara la familia Cruz desde los años sesenta, o finales de los cincuenta del pasado siglo, por lo que su denominación de Cantera de Cruz aludiría a esa actividad en ella. La finca donde se encuentra (Garrotal de la Pileta) fue hasta 1957 de Encarnación Aguilera Hinojosa, cuando José María Cruz Romero la adquiere para mantener su dominio sobre ella hasta cinco años después, al traspasar la propiedad a su hermano Manuel, en un año (1962) en el que la fotografía aérea documenta ya la cantera con una dimensión superficial prácticamente idéntica a la que hoy conocemos (Fajardo, 2015: 142). El nuevo propietario no pudo ser el artífice de la explotación que observamos en la foto citada. De hecho, esa cantera debió abrirse antes por su hermano José María, en el quinquenio anterior, porque aún no aparece en la vista aérea de Osuna del vuelo americano de la serie B, datada en 1956 (fig. 2), como luego demostraremos. Aunque nos queda la duda de si la cantera era en esa época también patrimonio y responsabilidad del dueño de la propiedad, o todavía era gestionada por el Ayuntamiento, siguiendo el acuerdo municipal tomado un siglo atrás (1855) para facilitar el uso de sillares a menor coste para las casas de las clases menos favorecidas (Seño, 2008: 62, nota 20). Es un detalle que no hemos tenido ocasión de documentar convenientemente para este caso, aunque pareciera que fue una medida coyuntural con ninguna, o muy escasa, proyección cronológica.


2. OSUNA. ZONA DE UBICACIÓN DE LA CANTERA ANTES DE SU APERTURA. SEGÚN LA IMAGEN AÉREA

DEL VUELO AMERICANO DE 1956. (A PARTIR DE  http://laboratorioredian.cica.es/comparaWMS/).

     Accediendo hoy a la cantera del viejo Garrotal de la Pileta (fig. 3), por su entrada desde el camino de las Cuevas, se observa que el límite oriental ofrece un quebrado acantilado artificial (tres perfi les), con dirección aproximada nornoreste-sursuroeste (NNE-SSO), en cuyo primer sector más meridional y occidental se sitúa un profundo pozo antiguo (fig. 3, P) que, con casi toda seguridad, debe considerarse romano (Ruiz, 2015: 580, fi gs. 10.44-10.46); mientras que más al sur, en ese cantil inicial, se localizaría la construcción subterránea inédita (fig. 3, S) que aquí estudiamos. En primer lugar,
dirigiéndonos al norte, estaría la estructura hipogea, mientras que el pozo quedaría a septentrión, separado unos 17,0 metros de la primera infraestructura. En apariencia, el avance de la extracción de piedra en este perfil, hacia oriente, debió seccionar el pozo casi por su mitad en sentido vertical y facilitó el hallazgo del subterráneo, si es que se trata en realidad de una infraestructura antigua; o, en caso contrario, permitió su construcción, si es una dependencia moderna.
Pero discernir sobre tal disyuntiva tendremos que hacerlo más adelante.


3. OSUNA. VISTA AÉREA DE LA CANTERA DEL GARROTAL DE LA PILETA, CON INDICACIÓN LOCACIONAL DEL POZO (P) Y DEL SUBTERRÁNEO (S). A PARTIR DE UN ORIGINAL DE GOOGLE EARTH (© 2017).

     El perfil de referencia no es completamente uniforme, sino que ofrece longitudinalmente hasta dos escalonamientos, que parecen afectos a cada una de las dos estructuras citadas. El primero supone un retroceso del perfil rocoso hacia el este, de aproximadamente un metro en la base y medio más en altura, para formar un ángulo en la misma que queda a unos cuarenta y cinco centímetros del ángulo inferior derecho del subterráneo. Desde ese mismo rincón, el frente de cantera acaba prolongándose unos dieciséis metros hasta un segundo ángulo, donde el perfil se retrotrae y vuelve, en sentido contrario, hacia occidente, aunque ahora sólo avanzando unos escasos e irregulares veinticinco centímetros, que podrían responder a la altura media de los sillares de piedra que habitualmente se extraían de la explotación. Aunque esta reserva en el fondo del cantil, y en este sitio, también puede verse como una acción preventiva que sirviese para resguardar el diámetro completo, de alrededor de metro y medio (1,45 m), que el pozo aún presenta en este punto, a diferencia del resto de lo conservado en altura que, prácticamente, ha perdido un tercio del cilindro perforado en el terreno rocoso (fig. 4).

4. OSUNA. PERFIL SUROCCIDENTAL DE LA CANTERA DEL GARROTAL DE LA PILETA, CON LA PRESENCIA DEL POZO (A LA IZQUIERDA, JUNTO AL OLIVO DELPOZO) Y EL SUBTERRÁNEO (A LA DERECHA).
© J. A. PACHÓN, 2017.

ANÁLISIS DESCRIPTIVO DEL SUBTERRÁNEO
   La construcción rupestre e hipogea que presentamos constituye un gran espacio vaciado en la cantera (fig. 5), en la localización citada y con una orientación aproximada de su trazado de NNO-SSE. En apariencia, a la estructura se accedería
originariamente de manera vertical desde la superficie, a través de una zanja de un metro de anchura media superior y una longitud que no hemos podido comprobar, al estar cegada parcialmente con tierra, pero que no extrañaría que debiera coincidir con la de la subestructura a la que se sobrepone. La profundidad media de dicha zanja abierta en el roquedo estaría rondando los dos metros, considerando que se abrió en un terreno en declive hacia el mediodía, lo que provoca que la cota máxima de la zanja quede diecisiete centímetros por encima (2,17 m) de esa media, mientras que la inferior se sitúe a cuatro centímetros por debajo (1,96 m), conformando una diferencia entre cotas máxima y mínima de la roca madre de alrededor de un cuarto de metro (21 cm). A todo ello habría que añadir el terreno arqueológico y agrícola que hoy cubre todo el afloramiento rocoso del lugar, que en este sitio concreto supondría una acumulación de relleno extra, en torno al medio metro (50 cm) de potencia.


5. OSUNA. CONSTRUCCIÓN HIPOGEA DE LA CANTERA DEL GARROTAL DE LA PILETA. PLANTA (1), ALZADO AA’ (3) Y BB’ (2), NORMALIZADOS. VISTAS ACTUALES DE LA ENTRADA DESDE LA CANTERA (4 Y 5), DETALLE DEL CIERRE CON SILLARES DE LA TECHUMBRE (6) Y PARTICULAR DE LA INSCRIPCIÓN (7) SOBRE LA PARED NORTE. (DIBUJOS Y FOTOGRAFÍAS © J. A. PACHÓN, 2018).

  Por su parte, las paredes de la zanja no se trazaron verticalmente en la arenisca, sino que debieron ensancharse a medida que iban profundizándose en el terreno, hasta alcanzar casi algo más de metro y medio de ancho en el fondo de la misma (1,62 m) para terminar produciendo una sección de perfil ligeramente trapezoidal, menos acusado que los de muchas otras aberturas subterráneas que pueden observarse en el reborde superior de estas mismas canteras (fig. 6). El fondo de la zanja tampoco sería uniforme, sino que presenta una segunda abertura longitudinal más estrecha, situada en el centro de aquel, con unos cincuenta centímetros de ancho, constituyendo el espacio de transición hacia el auténtico subterráneo, extendido por debajo de la nueva cesura. Tal como se presenta hoy la construcción rupestre, esa segunda abertura parece ser el único acceso posible al interior del subterráneo, pues la entrada oeste que puede verse en las fotografías actuales, desde el frontal del perfil donde se sitúa, debe ser una puerta practicada a posteriori y que se contradice, tanto con esa segunda abertura como con la zanja que se le sobrepone, siempre que quisiéramos sincronizar de alguna manera el momento de realización de todos los componentes que estamos revelando.


6. OSUNA. IINFRAESTRUCTURA RUPESTRE EN EL PERFIL SUROCCIDENTAL DE LA CANTERA DEL GARROTAL DE LA PILETA. © J. A. PACHÓN, 2017.

     La segunda abertura de que hablamos está cegada con la disposición de una serie de sillares idénticos de arenisca en paralelo, que llegan a sumar un total de treinta y siete individuos, de alrededor de cuarenta centímetros de ancho, veinticinco de alto y sesenta y dos y medio de largo (fig. 5: 6). Lo que le proporciona una longitud total al habitáculo de alrededor de 15 metros (15,18 m). El hipogeo, en el centro de su cubierta, dispone de un área plana de medio metro de ancho, que en el espacio inferior recuerda la viga cumbrera longitudinal de los tejados a dos aguas y armazón de madera. Un efecto de techo tradicional que acaban por remarcar las paredes del subterráneo, que desde ese punto se abren con forma ligeramente curva, hasta alcanzar el suelo tres metros más abajo (c. 3,22 m), con una distancia máxima de similares dimensiones (c. 3,10 m). El efecto visual del perfi l de la sección en este espacio subterráneo vuelve a ser trapezoidal, con la presencia del plano horizontal que conforma el centro de la techumbre, junto con la interposición de un banco adosado perimetral que existe en la base, excavado también en la roca y que solo se interrumpe y desaparece en el lado oriental. Dicho banco tiene una anchura media de cincuenta centímetros y se levanta otros tantos del fondo, habiéndosele añadido a occidente un segundo resalte, veinticinco centímetros más abajo, con una altura también de esa dimensión y de alrededor
de cincuenta y siete centímetros de ancho, entre los dos lados norte y sur de la construcción. Esta pequeña estructura descendente, de dos pasos, serviría como acceso escalonado desde el oeste, si la construcción se abrió por ese lado en algún momento, o si se concibió totalmente así en tiempos recientes, al amparo del propio avance de la cantera moderna. El conjunto, comprendiendo tanto la zanja superior, como la infraestructura hipogea inferior, representaría fi nalmente un vaciado en la roca que supera los cinco metros de profundidad (5,22 m); pero, contando con la acumulación de tierra que cubre la arenisca en el lugar, desde la superficie del terreno, el montante de profundidad alcanzado llegaría casi a los seis metros (5,77). El aspecto general, considerando la sección del conjunto, sería la disposición de dos trapecios, más estrechos que altos, superpuestos y que repetiría la forma, pero con un desarrollo creciente a medida que se hunde en el terreno. La descripción objetiva del interior del subterráneo incluye un elemento directamente relacionado con las intervenciones recientes en el espacio estudiado. Así, en la pared norte del hipogeo aparece, en el centro del tramo superior, casi llegando al cierre de sillares, una inscripción (fig. 7:7) de lectura muy directa que reza literalmente: A. Đ MXCLX (año de 1960). Así, si la construcción resultara moderna, esa sería la época exacta de su realización; pero –al mismo tiempo– la inscripción también indicaría que por esas mismas fechas la cantera ya se encontraba activa, dos años antes de que Manuel Cruz Romero se convirtiese en el propietario de la finca donde se ubica la construcción y la misma cantera.


7. OSUNA (1957). CANTERA DE LOS DEPÓSITOS DE AGUA, CON LOS SILLARES ACUMULADOS EN EL BORDE DE LA EXTRACCIÓN. © LABORATORIO DEL DEPARTAMENTO DE ARTE. UNIV. SEVILLA.

DEBATE Y CONCLUSIONES
     El gran dilema del subterráneo presentado es consensuar la época en que se realizó. Si atendemos a la fecha de la inscripción
que ofrece su pared septentrional, es fácil deducir que debiera referirse al momento en que se abrió el hipogeo. Pero este pequeño estudio no pretende ser de tanta inmediatez, por lo que conviene plantear algunas cuestiones que ofrecen dudas razonables sobre otras posibilidades interpretativas muy diferentes. En primer lugar, respecto de la fecha inscrita, tampoco se le ocurriría a nadie datar el edificio de la Universidad renacentista de Osuna por alguna de las fechas que algunos estudiantes traviesos pudieron grabar en ciertos fustes de las columnas de su patio. Además, en el caso de la cantera, no es habitual la existencia de espacios subterráneos en las explotaciones pétreas de Osuna. Una salvedad es el caso del Coto, pero las galerías que allí encontramos son mucho más monumentales y nada tienen que ver posiblemente con la actividad minera contemporánea, pudiendo tratarse más de técnicas extractivas de época renacentista o de la antigüedad clásica. Tampoco nos parece probable que se tratase de un almacén de sillares, donde se acumulasen hasta su salida del tajo, ya que lo habitual era la acumulación al exterior, para que perdiesen toda la humedad y, en este caso, lo preferible era tenerlos en un espacio abierto para que el sol los secase, como se ve en alguna foto de los años cincuenta (Pachón y Ruiz, 2006: lám. 5) que se conserva en la fototeca del Laboratorio de Arte de la Universidad de Sevilla (fig. 7).
     Otra posibilidad sería que el hipogeo fuese un espacio vital para un empleado (guarda) de la explotación, pero su peculiaridad edilicia también se aleja de otros conocidos desde primeros del siglo XX, que no guardan relación estructural, ni tipológica, con el analizado, como vemos en las imágenes que nos dejaron A. Engel y P. Paris durante su estancia en
Osuna en 1904 (fi g. 8), donde observamos diferencias notables en las entradas, que tienden a ser completamente arquitrabadas o de medio punto, mientras el conjunto estructural es más complejo que la única unidad de habitación observada en la cantera del Garrotal de la Pileta.


8. UNA VIVIENDA TROGLODITA EN LAS CANTERAS DE OSUNA (1904). (RUIZ 7 MORET, 2009: 218-219, FOTO 2-42 Y PARIS, 1910: PLANCHE XLIII, ARRIBA. DE IZQUIERDA A DERECHA, RESPECTIVAMENTE).

     Si hacemos salvedad del acceso occidental, cobra sentido otra posibilidad: la de que el espacio subterráneo solo fuese practicable desde la parte superior, a través de la zanja y de la más pequeña abertura que se encuentra en su fondo, cegada por los sillares. Es una estructura que se alejaría de las habituales maniobras de acercamiento mineras a filones pétreos de utilidad que, por lo demás, tampoco se encuentran en Osuna. Es más, de haberlo sido, no tendría consistencia practicar en el fondo de la zanja de cata un canalón más estrecho y, además, cubrirlo luego de sillares. Todo parece indicar que lo que buscaba, quien lo hizo, era alcanzar un subterráneo como el existente, después de cuyo uso y amortización el cierre con sillares tuviera una significación de defensa o respeto y conservación del depósito inferior. Si el hipogeo fuese totalmente contemporáneo, tampoco habría lugar para los sillares del cierre superior, ya que se podría haber diseñado total y fácilmente como un espacio hueco en la roca y con techumbre excavada en la piedra desde el nuevo acceso occidental.
   Otra hipótesis interpretativa podría explicar la construcción como parte de ciertas infraestructuras hidráulicas de la ciudad antigua, en la que el subterráneo pudiera haber servido como espacio de decantación de derrubios de las aguas que pudieran correr por la zanja superior. Pero, choca que la superficie de toda la estructura no ofrezca ningún tipo de enlucido hidrófugo, necesario para la óptima conservación del depósito y del canal superior de alimentación; máxime, tratándose de roca tan porosa como la arenisca del lugar. En cualquier caso, habría que comprobar que la zanja continuara su trazado a oriente, más allá de los límites del subterráneo. Pero, en todo caso, el banco perimetral que recorre tres de los lados del hipogeo, tampoco tendrían lógica para el uso hidrológico de estos espacios.
     Desde nuestra perspectiva, nos parece más plausible que el subterráneo, así como la zanja de acceso, fueran estructuras previas, tanto respecto del relleno arqueológico que rodea la cantera por el flanco oriental, como del acceso lateral que hoy encontramos desde la mina de piedra. El llamativo hecho de que la zanja superior no ofrezca ninguna anomalía respecto del corte que hoy se observa en el relleno arqueológico que lo cubría, se explicaría de modo bastante sencillo por el hecho de que ambos huecos se hicieron/despejaron desde la misma labor de cantería, para liberar la zanja que había quedado en evidencia con el propio avance de la cantera por el oeste. Este mismo proceso habría dejado expedita la entrada occidental, dando lugar a un acceso que no es tal, sino resultado de haber cortado el cierre oeste del subterráneo con la extracción normal de sillares. Del mismo modo, esta labor de arriba hacia abajo permitió, conforme se vaciaba el lógico contenido del hipogeo, que en los primeros compases se pudiera fácilmente tallar la inscripción de su interior que señalamos más arriba.
    Las dudas que genera este pequeño estudio también son lógicas, en cuanto que se trata de un acercamiento previo, al que faltan comprobaciones más exhaustivas, mediciones más exactas y, probablemente, un estudio histórico-arqueológico más pormenorizado. De todos modos, no creemos que sea ajena a la presencia de este subterráneo, la existencia algo más al este y norte del hipogeo rupestre que desenterrara Ramón Corzo en sus excavaciones de los años setenta del pasado siglo en el Garrotal de Postigo (Corzo, 1977: 18-23, fig. 7, lám. VIII-IX). Un espacio funerario (fig. 9) que, junto a los que evidenciaron Engel y Paris en 1903 mostrarían en esa zona un área de enterramiento o necrópolis de época orientalizante, si no lo fue tartésica (Torres, 1999: 95), con el que este nuevo habitáculo subterráneo podría relacionarse culturalmente. La tumba de Corzo también fue discutida, aunque recientes hallazgos en la zona levantina (Mas et al., 2017) nos están permitiendo conocer paralelos con accesos escalonados hasta la posible cámara mortuoria, que no se alejan excesivamente del caso sevillano.


9. TUMBAS HIPOGEAS CON ACCESOS ESCALONADOS EN GALERÍA O POZO. IZQUIERDA: OSUNA, GARROTAL DE POSTIGO (CORZO, 1977). DERECHA: CABEZO LUCERO, ALICANTE (MAS ET AL., 2017).

     Pero, aceptado que todo el promontorio desde esta cantera a la cumbre del vecino Garrotal de Postigo pudo ser una necrópolis antigua, nada impide sostener la existencia de otros habitáculos subterráneos con similar destino al destacado por Corzo. Particularmente, este tiene connotaciones estructurales con las sepulturas de cámara y pozo, cámara y corredor escalonado, bastante genuinas del mundo fenicio y púnico (Tejera, 1979; Benichou-Safar, 1982), que presentan similitudes estructurales tanto en ejemplares de Próximo Oriente, como en el mundo africano y en el mediterráneo europeo (Sghaïer, 2010). Todo, coincidiendo con el periodo orientalizante en el occidente europeo, en el que este tipo de estructuras funerarias se encuentran en la Península Ibérica, pero también en Italia meridional, insular y central, afectando no solo a los espacios de influencia fenicio-púnica, sino al propio horizonte de la civilización etrusca. Todos ellos dentro de un movimiento cultural que afectó al Mediterráneo central y occidental, bajo la moderna conceptualización de fenómeno o periodo orientalizante (Celestino y Jiménez, 2005).
    En esta especie de comunidad cultural (koiné) que acabó uniendo a amplios espacios geográficos del Mediterráneo, no era infrecuente el trasvase de paradigmas arquitectónicos entre unas regiones y otras, por lo que similares soluciones edilicias, lo mismo que usos domésticos, costumbres materiales, sociales y religiosas, se convirtieron en moneda corriente de muchos de los pueblos que habitaron todo ese amplio espacio geográfico. No extraña así que, salvando las distancias, podamos encontrar similitudes entre zonas alejadas, cuyas manifestaciones arquitectónicas muestran concomitancias sorprendentes.
     Si el subterráneo de Osuna recuerda estructuralmente un habitáculo doméstico, no es un hecho excesivamente sorprendente, ya que desde tiempo inmemorial las tumbas se concibieron en muchos sitios como espacios para acoger la vida en el más allá de los difuntos que allí se enterraron. El hipogeo de la cantera del Garrotal de la Pileta no puede catalogarse fehacientemente como sepultura, pues no disponemos de suficientes hallazgos complementarios que lo corroboren, aunque su forma y estructuración podrían acercarnos a esa idea. Incluso su perfil trapezoidal con techo a dos aguas nos acerca a alguna de las sepulturas que conocemos en la Península y en Italia. En Trayamar, la tumba fenicia de cámara n.º 1 se ha reconstruido con una techumbre a dos aguas, con la diferencia respecto de Osuna de que se trató de una habitación con paredes de sillares de piedra, mientras la cubierta debió ser de madera (Schubart y Niemeyer, 1976: 104-126), como puede observarse en la imagen que aportamos (fig. 10: derecha). Pero, en el periodo orientalizante, hubo tanto sepulturas con paredes de sillería como otras excavadas en la roca, en las que la techumbre pudo adoptar cualquier configuración, como vemos en el hipogeo del Garrotal de la Pileta. Una configuración semejante, en una tumba claramente orientalizante la encontramos en algunas necrópolis italianas de época etrusca, como ocurre en la de Banditaccia (Cerveteri), donde el túmulo II contiene una tumba excavada en la roca, con una cámara cuya techumbre se asemeja a la de Osuna y por su forma recibe el nombre de Tumba de la Capanna (cabaña) (Zapicchi, 1993). Aunque en este caso, toda ella está excavada en la roca, incluyendo la reproducción de la viga cumbrera. Incluso presenta un banco corrido en tres de sus lados (fig. 10: derecha), bastante semejante al caso que presentamos.


10. IZQUIERDA: RECONSTRUCCIÓN DE LA CÁMARA FUNERARIA N.º 1 DE TRAYAMAR (MUSEO DE VÉLEZ MÁLAGA). DERECHA: INTERIOR DE LA CÁMARA RUPESTRE PRINCIPAL DE LA TUMBA ETRUSCA DE LA CAPANNA (© www.flickr.com/photos/frantheman/22009027774).

     Sin querer hacer comparaciones directas con el mundo etrusco, pese a que sus relaciones con la Península Ibérica resultan hoy más que evidentes, por lo menos en lo que se refiere a materiales arqueológicos (Llobregat, 1984; Remesal, 1991), sí pueden verse concomitancias estructurales que aluden a la materialización en Osuna de una construcción que refleja el horizonte simbólico de las casas tradicionales, como moradas ideales de los antepasados difuntos. Un pensamiento muy común de las sociedades antiguas mediterráneas en general y de los ambientes culturales prerromanos en particular, tanto de Italia como en la propia Iberia.
  Todas las sociedades antiguas trataban de rememorar en sus costumbres funerarias espacios mortuorios que reprodujeran, en algún sentido, el ámbito doméstico en el que había estado en vida el difunto. Siendo frecuente la reproducción en la tumba de habitaciones de las casas, incluso de formas como las cabañas que tan tradicionales habían sido desde época prehistórica, primero de plantas redondas y, luego, cuadradas o rectangulares. El caso de Osuna podría estar en esa línea, con un espacio cuadrangular y techumbre a dos aguas. La facilidad de trabajo que ofrece la arenisca de Las Canteras procuraría una realización más barata, sin necesidad de recurrir a grandes sillares, ni estructura de madera para la cubierta, como había ocurrido en algunas tumbas de Trayamar.
     Es evidente que los rasgos de caracterización de hipogeos pueden llevarnos a paralelismos bastante conocidos en la historia pasada de todo el Mediterráneo y, por supuesto, en el propio territorio español. Pero no debe olvidarse que el caso subterráneo del Garrotal de la Pileta en Osuna, no ofrece hasta
ahora ninguna otra evidencia de similitud con los paralelos aducidos que el aspecto formal. Por lo que pecaríamos de imprudentes si optáramos por apoyar una catalogación claramente histórica del subterráneo.
     Contrariamente, debe aceptarse que el espacio rupestre estudiado conforma una serie de peculiaridades que lo hacen único en todo lo conocido de las minas pétreas de Osuna. Ningún otro elemento, asociado a estas extracciones líticas de la villa, podría parangonarse con él. De ahí su singularidad e interés patrimonial, además del valor que añade a la personalidad de estas canteras. Por ello, no debería ponerse en duda la importancia de su conservación.
     En este sentido, el abandono que estas canteras presentan hoy en día, abiertas a la acumulación de basuras y a su progresivo deterioro antrópico, exigiría el compromiso de su salvaguarda por parte de la administración patrimonial, de las autoridades municipales e instituciones culturales locales como única garantía para su preservación futura y definitiva.
     Si a ello puede añadirse la posibilidad, aunque sea mínima, de que pudo formar parte de una extensa zona necropolar antigua, arraigada en el fenómeno orientalizante, la colonización fenicia y sus muchos contactos culturales con civilizaciones del Mediterráneo Central y de Próximo Oriente, la conclusión solo debe ser única. Estos espacios merecerían la atención, el respeto y el cuidado indispensables en un lugar de dramática belleza, ejemplo vivo de la historia de Osuna, desde el primer milenio a. C., hasta la historia más reciente de la localidad.
     Quedaría advertir que, concienciados en la necesidad de protección, tampoco sería especialmente gravoso realizar una pequeña investigación de campo, que pudiera explorar la zanja superior de la construcción, así como limpiar exhaustivamente el conjunto, tratando de determinar su origen cronológico, para descartar interpretaciones contradictorias en la naturaleza de la obra. Su puesta en valor completaría la previsible y esperada recuperación del teatro romano de sus inmediaciones.

BIBLIOGRAFÍA
AUBET SEMMLER, M.ª E. (1971): «Los hallazgos púnicos de Osuna», Pyrenae, 7, pp. 111-128.
BENICHOU-SAFAR, H. (1982): Les tombes puniques de Carthage. Topographie, structures, inscriptions et rites funéraires. CNRS, Paris.
CELESTINO PÉREZ, S. y JIMÉNEZ ÁVILA, J. (eds.) (2005): El Período Orientalizante. Actas del III Simposio Internacional de Arqueología de Mérida. Anejos de Archivo Español de Arqueología, XXXV. Mérida.
CORZO SÁNCHEZ, R. (1977): Osuna de Pompeyo a César. Excavaciones en la muralla republicana. Anales de la Universidad Hispalense. Serie Filosofía y Letras, 37. Sevilla.
ENGEL, A. et PARIS, P. (1906): «Une forteresse ibérique à Osuna (fouilles de 1903)». Nouvelles Archives des Missions Scientifiques, XIII, fasc. 4. Impimerie Nationale, Paris, pp. 357-490. (https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k6436564h.texteImage).
— (1999): Una fortaleza ibérica en Osuna (Excavaciones de 1903). Estudio preliminar, edición facsímil y traducción española, a cargo de J. A. Pachón, M. Pastor y P. Rouillard. Granada.
FAJARDO DE LA FUENTE, A. (2015): «Las Canteras de Osuna, un recurso de extraordinario valor geológico, paisajístico y patrimonial ligado a una actividad milenaria. Testimonios de su abandono, deterioro y deseable puesta en valor». Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, 17, pp. 139-149.
FERRER ALBELDA, E. (1999): «La olvidada ‘necrópolis fenicia’ de Marchena (Sevilla)», Spal, 8, pp. 101-114. (http://de.doi.org/10.12795/spal.1999.i8.06).
LLOBREGAT, E. (1993): «Iberia y Etruria: notas para una revisión de las relaciones», Lucentum, 1, pp. 71-91.
MAS BELÉN, B., SALA SELLÉS, F y PRADOS MARTÍNEZ, F. (2017): «Un hipogeo con dromos escalonado de Tipología fenicio/púnica tallado a pie de monte en la desembocadura del río Segura», en PRADOS MARTÍNEZ. F. y SALAS SELLÉS, F. (eds.), El Oriente de Occidente. Fenicios y púnicos en el área ibérica. VIII edición del Coloquio Internacional del CEFYP en Alicante. Alacant, pp. 329-346.
PACHÓN ROMERO, J. A. (2007): «Osuna y sus silos rupestres. Arqueología subterránea, desde la prehistoria a la romanidad», Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, 9, pp. 22-28.
— (2010): «Rasgos orientalizantes en tumbas rupestres de la necrópolis de Osuna: datos de su antigüedad», Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, 12, pp. 48-55.
— (2014): «Alrededor de Isis. Posibles ritos egipcíacos en Osuna y su evidencia en el panteón funerario romano de la Vía Sacra», Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, 16, pp. 56-64.
PACHÓN ROMERO, J. A. y PASTOR MUÑOZ, M. (1990): «La necrópolis «ibérica» de Osuna: puntualizaciones cronológicas», Florentina Iliberritana, 1, pp. 333-340.
PACHÓN ROMERO, J. A. y RUIZ CECILIA, J. I. (2005): «La muralla Engel/Paris y la necrópolis protohistórica de Osuna», Florentia Iliberritana, 16, pp. 383-423. (http://revistaseug.ugr.es/index.php/florentia/article/viewFile/4251/4173).
— (2006): Las Cuevas de Osuna. Estudio histórico-arqueológico de una necrópolis rupestre de la Antigüedad. Amigos de los Museos. Osuna.
PARIS, P. (1910): Promenades Archéologique en Espagne (*). Altamira, El Cerro de los Santos, Elche, Carmona, Osuna, Numancia, Tarragona, E- Léroux, Paris.
REMESAL RODRÍGUEZ, J. (coord.) (1991): La presencia de material etrusco en el ámbito de la colonización arcaica en la Península Ibérica. Universitat de Barcelona. Sezione di Studi Storici ‘Alberto Boscolo’, Barcelona.
RUIZ CECILIA, J. I. (2015): Urso (Osuna): estudio y gestión de un yacimiento arqueológico. Tesis doctoral. Universidad de Sevilla. (http:/hdl.handle.net/11441/34813).
RUIZ CECILIA, J. I. y MORET, P. (eds.) (2009): Osuna retratada. Memoria fotográfica de la misión arqueológica francesa de 1903. Biblioteca de Amigos de los Museos y Casa de Velázquez. Sevilla.
SCHUBART, H. y NIEMEYER, H. G. (1976): Trayamar. Los hipogeos fenicios y el asentamiento en la desembocadura del río Algarrobo, Excavaciones Arqueológicas en España, 90. Madrid.
SEÑO ASENCIO, F. (2008): «Reflexiones sobre un patrimonio olvidado: el oficio de los canteros y las Canteras de Osuna». Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, 10, pp. 59-63.
SGHAïER, Y. (2010): «Architecture funéraire punique. Étude comparative entre le Cap Bon, la Sicile et la Sardaigne», La Carthage punique: diffusion et permanence de sa culture en Afrique antique. Institut National du Patrimoine, Tunis, pp. 203-223.
TEJERA GASPAR, A. (1979): Las tumbas fenicias y púnicas del mediterráneo occidental. Anales de la Universidad Hispalense. Serie Filosofía y Letras, 40. Sevilla.
TORRES ORTIZ, M. (1999): Sociedad y mundo funerario en TartessosReal Academia de la Historia, Bibliotheca Archaeologica Hispana, 3. Madrid.
ZAPICCHI, B. (1993): Cerveteri. Le necropoli della BanditacciaCerveteri.