viernes, 27 de diciembre de 2013

ALFACAR (GRANADA): CONTEXTO DE UN ‘HISTÓRICO’ GRABADO RUPESTRE. DE LA INDAGACIÓN CIENTÍFICA EN ARQUEOLOGÍA A LA PSEUDOCIENCIA ARQUEOLÓGICA.


1. Situación del abrigo con los grabados rupestres (Cueva Perica), bordeada por la carretera (GR-NE-54) que lleva desde Víznar (al sur) a Alfacar (norte).  A partir de un original de Google Earth © .

NOTA PREVIA


  Este trabajo fue inicialmente un original de quien suscribe y de Cayetano Aníbal González, pero circunstancias que no vienen al caso impidieron su publicación en su momento, después de algunas discrepancias sobre la idoneidad o no de su edición y de lo que fueron buena muestra alguno de los títulos alternativos que se barajaron (p.e. ¿interpretación conceptual o científica en arqueología? Contexto prehistórico/histórico de un grabado rupestre granadino). Pasados ya algunos años, es conveniente darlo a conocer, con alguna pequeña transformación, en función de hallazgos más recientes que creemos fundamentan en mayor medida la hipótesis interpretativa que inicialmente defendíamos.

2. Situación de Cueva Perica, según el MTP a 1:25.000 (1009-IV. Granada Norte). La divisoria de términos está ligeramente desplazada al norte, dando la sensación de que el abrigo corresponde a Víznar.

INTRODUCCIÓN

  El contexto arqueológico representa un referente de vital importancia para la comprensión de las sociedades pasadas, ya que la asociación entre los contenidos materiales de un determinado nivel estratigráfico, o la relación de ciertos contenidos con otros elementos, bien definidos cronológica o culturalmente, permiten adjudicaciones de gran valor histórico para la interpretación de aquellas sociedades. Ahora bien, cuando los contextos no aparecen se atiende a otros parámetros de juicio que pueden permitirnos alcanzar conclusiones parecidas. En este sentido, la llamada cronología comparada, o la estratigrafía comparada, han servido durante muchos años a la arqueología positivista para avanzar en el encuadre cronológico y cultural de muchos hallazgos arqueológicos, recuperados en condiciones poco claras de su posición estratigráfica. Incluso en aquellas ocasiones en que se trataba de elementos claramente descontextualizados, ya se refiriesen a hallazgos superficiales, ya a manifestaciones rupestres, en las que era muy improbable conectar las representaciones con conjuntos materiales suficientemente conocidos.

3. Cueva Perica, a la izquierda de la imagen el abrigo con los grabados. © Juan A. Pachón, 1995.

  Pero en los últimos tiempos, ciertas tendencias arqueológicas han puesto en entredicho la cronología comparada, basándose en los despropósitos que algunos autores alcanzaban con el abuso y aplicación de este sistema interpretativo, extrapolando dataciones de muestras tomadas en los sitios de origen hasta otros lugares lejanos. En estos casos se venía siguiendo el conocido y aparente sistema lógico: Si todo A es un objeto del siglo XI en la región  X, cualquier A aunque no se encuentre en X es del mismo siglo, luego todo lo que se relacione estratigráficamente con A –cualquiera que sea el lugar de procedencia– también es del siglo XI. El método en cuestión era fácilmente criticable por cuanto que, en prehistoria fundamentalmente y si seguimos los presupuestos difusionistas, ese objeto A alejado de la zona de creación pierde su valor temporal original, aunque gane otro no menos relevante que también incide directamente en su auténtico valor cronológico y cultural; en lo cultural, A ya no puede representar la sociedad que le dio vida; mientras que, en lo cronológico, el objeto A ve disminuida su antigüedad en relación directa con la distancia que separa el sitio de procedencia original del lugar donde se produce el hallazgo que lo devuelve a la luz. Esto provoca que dicho objeto A pierda importancia como índice de datación fiable, por lo que dos elementos iguales no siempre indican un mismo horizonte de contemporaneidad. Hasta aquí deberíamos estar todos bastante de acuerdo.

4. Arriba: dibujo general del panel de los grabados de Cueva Perica, Alfacar (© Dibujo original de Cayetano Aníbal, 1995). Abajo: fotografías del mismo panel detallando los sectores izquierdo y derecho los panel (© Juan A. Pachón, 1995).

  Desafortunadamente, en el ámbito de las manifestaciones rupestres, los mecanismos de valoración han insistido excesivamente en este tipo de procesos interpretativos, que hemos de considerar al menos indirectos, por lo que las críticas mutuas, las contradicciones y el desajuste en las conclusiones propuestas por los diferentes analistas han sido un lugar común. Un reciente ejemplo quedó de manifiesto con los novedosos hallazgos rupestres de Alfacar (figura 4), calificados como prehistóricos por nosotros mismos [Zapata, Aníbal y Pachón, 1995 (Anexo I)] y puestos en entredicho tras la adjudicación temporal histórica que recibieron en una más reciente aportación [Martínez, 1995: 20 (Anexo II)]. El presente post transcribe una amplia consideración derivada de todo lo anterior, pero que solo pretende dar a conocer el contexto de uno de los grabados granadinos (Baños de Alicún) que hace diecisiete años paralelizábamos con los de Alfacar, tratando de apoyar su cronología antehistórica, al tiempo que trata de demostrar cómo idénticos procesos argumentativos, que en la segunda publicación se nos recriminaban, fueron empleados por nuestro crítico para calificar de modernos o medievales (nunca aclaró bien la posición) dichos grabados.

EL CONTEXTO DE LOS GRABADOS DE BAÑOS DE ALICÚN (GRANADA)

5. Una de las piedras grabadas de Baños de Alicún, dibujada (© Cayetano Aníbal) y tal como se pudo fotografiar en el yacimiento en 1996 (© Juan A. Pachón).

Se hace necesario apoyar las fechas prehistóricas del hallazgo rupestre de Baños de Alicún (figura 5), porque se trata del único descubrimiento que podemos paralelizar desde un punto de vista formal, y solo parcialmente, con los recientemente hallados en Alfacar; donde, precisamente, falta el contexto arqueológico, al tratarse de una manifestación realizada sobre las paredes de un abrigo rocoso sin relleno arqueológico alguno. Los grabados de Baños de Alicún se reconocieron en varios bloques de piedra natural que se encontraron casualmente en el sitio que marcaron Spahni y García Sánchez (1958; García y Spahni, 1958) en el mapa de situación que ellos confeccionaron, y que corresponde con el número 1 que se observa en el nuevo plano de situación que con esta ocasión hemos realizado. Dicho lugar viene a coincidir con las laderas surorientales de la colina del llamado Cerro de la Mina (fig. 6: nº 1), aunque en las publicaciones originales de esos dos autores se situó equivocadamente en las laderas suroccidentales del Cerro de la Raja o Graja (nº 2 de esa misma figura).

6. Vista aérea, según Google (arriba) y plano de situación de los alrededores de Baños de Alicún, a partir de los MTN: 1:25.000, 971-III y 993-I: 1. Cerro de la Mina; 2. Cerro de la Graja; 3. Asentamiento prehistórico; 4. Necrópolis megalítica (vestigios prehistóricos e históricos); 5. Necrópolis megalítica.

     El Cerro de la Mina queda más al noreste, sobre la cota 918, al tiempo que otra elevación más modesta al sur (fig. 6: nº 3 y figura 7), coincidente con la cota 852, sería de donde proceden los materiales cerámicos que en esta ocasión comentaremos. Las inmediaciones del Cerro de la Raja, particularmente en su parte norte, comprende parte de la extensión de una de las muchas necrópolis megalíticas conocidas desde antiguo en estos lugares y que estudiaron los Siret, pero cuyas observaciones quedaron dispersas en su amplia obra, aunque también fueron recogidas por los Leisner (1943: 118-179, Abb. 35-52) y, en último término, en las de García Sánchez-Spahni (García y Spahni, 1959).

7. Cota 852, frente al Cerro de la Mina, donde se ubica el pequeño hábitat Neolítico y del Cobre. Fotografía panorámica (© Juan A. Pachón).

     Esta necrópolis aún conserva parte de sus tumbas, particularmente en la elevación que encontramos inmediatamente al sur de los Baños de Alicún (figura 6: nº 5); mientras que el yacimiento más meridional, que acabamos de destacar, coincide con un asentamiento prehistórico que creemos debería adjudicarse cronológica y culturalmente, por las características de sus hallazgos superficiales, al Neolítico Final/Cobre. Pero, Aún más al norte, por encima del Cerro de la Raja y en otra elevación amesetada que se abre dominando sobre el río Fardes, existen también restos de cerámicas, tanto prehistóricas como históricas (tardorromanas y medievales: nº 4 del plano de la fig. 6), en otra de las áreas donde aún se conservan restos muy arruinados de sepulturas megalíticas.
   Las piedras grabadas que publicaron Spahni y García Sánchez no pertenecerían a sepultura megalítica alguna, dada la configruación de las mismas, completamente discordantes con los elementos estructurales líticos de las tumbas conocidas en el entorno; al margen de haber aparecido en un lugar, donde no existe ningún otro elemento de cultura material prehistórica o histórica. Una circunstancia que también podría ser muestra más que suficiente para que pudiéramos relacionarlas directamente con el nuevo asentamiento (nº 3), así como con su inequívoca raigambre prehistórica. En este sentido, la relación espacial puede acabar siendo igualmente significativa: concretamente, la distancia media entre aquel sitio y la zona de necrópolis (nº 5) es de 545 m. aproximadamente, mientras que la separación del yacimiento situado en la cota señalada por el nº 3, es en torno a 900 m., prácticamente lo mismo que respecto del asentamiento y de la necrópolis de Baños de Alicún (nº 4). En cuento a la relación prehistórica que tratamos de establecer, tendría más sentido que la contextualización con los hallazgos históricos del entorno de Baños de Alicún, claramente asociados con un continuo beneficio de las aguas de su entorno, en momentos en los que hubiera sido más corriente destacar cualquier uso simbólico de los grabados en sus cercanías y no llevarlos hasta una cota topográfica donde no hay ningún otro vestigio, hecho más difícil de entender en momentos históricos, aunque no tanto en los prehistóricos.
Respecto de los restos del asentamiento prehistórico destacado, que representarían el auténtico contexto de este grabado, debe saberse que proceden de una prospección realizada en el año 1978, cuando desde el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada explorábamos superficialmente yacimientos que pudieran servir para una Memoria de Licenciatura en proceso de ejecución. Pero que luego no se utilizaron, porque dicho trabajo se acotó temporalmente entre el Bronce Final y la Romanización (Carrasco, 1978). La aparición de estos vestigios se vieron beneficiados porque las labores agrícolas habían extendido su acción hacia cotas más altas de la elevación topográfica que hasta entonces no se habían arado con medios mecánicos, sacando a relucir restos de construcciones domésticas en las que abundaban improntas de cañizos sobre adobes, parcialmente quemados. Los vestigios materiales que pudieron recogerse son bastante significativos y, entre ellos, deben destacarse dos características fundamentales: por un lado, la escasez de elementos pulimentados de piedra, lo que no impide el hallazgo de una pequeña representación de azuelas; por otro lado, también es reseñable la ausencia de objetos metálicos; pero en este segundo caso no podemos descartar su uso, porque la presencia de cerámicas claramente de época del Cobre hablaría en contrario, aunque sí podría corroborar que el yacimiento se configuró como un pequeño asentamiento dedicado básicamente a la agricultura (sílex dentados para hoces, molinos para cereales) y a la ganadería, sin que falten las tradicionales labores textiles (pesas de telar cerámicas en forma de cuernecillos y placas rectangulares), junto a otros elementos de ajuar doméstico como los cucharones de cerámica. Las placas rectangulares, cuando se realizaban en piedra, se han interpretado por ciertos autores (Siret, 1913: pl. VII: 30) como brazaletes de arquero, o incluso como instrumentos para afilar objetos metálicos cortantes. Igualmente, se dan las conocidas fuentes de labio engrosado, adjudicables sin problema a estos mismos momentos culturales.
Los restos arqueológicos que se llegaron a atestiguar pueden ponerse en relación directa con el hallazgo rupestre de Baños de Alicún, por ser los únicosvestigios más cercanos, que permiten una asociación suficiente entre este tipo de grabados y un momento de nuestra prehistoria que abarcaría, dentro de unos márgenes no excesivamente rígidos, entre el final del Neolítico y los inicios del Cobre. Por lo que, de acuerdo con los parámetros temporales que suelen barajarse en la prehistoria granadina, estaríamos situándonos desde los alrededores del tercer milenio a. C. (Navarrete et alii., 1991: 34) en adelante. En todos esos momentos, los grabados suponen una práctica habitual de las poblaciones prehistóricas con expresiones gráficas en las que, sobre todo los elementos en φ, son habituales y se han destacado en representaciones pictóricas sin poner en duda su raigambre prehistórica, incluso por nuestro propio crítico (Martínez, 1988). Aunque, eso sí, cuando se encuentra con los elementos cruciformes no simpre reduce su observación a la simbología cristiana, sino que también los denomina exclusivamente ramiformes, eludiendo cualquier otra connotación de índole histórica (Martínez, 1988: 54, fig. 12:73). 

CLAVES DEL CONFLICTO: CONTRADICCIÓN ENTRE LA CRÍTICA TIPOLOGICISTA Y EL USO INCONSCIENTE Y PRETENDIDAMENTE CIENTÍFICO DE LA MISMA

Las fechas en arqueología y prehistoria deben basarse en datos bastante precisos, si no quiere caerse en los mismos errores que se pretenden cuestionar. Pero puede resultar más grave la crítica lanzada sobre una simple hipótesis interpretativa de hallazgos rupestres descontextualizados, que –como ya indicábamos en su momento para los grabados de Alfacar– proceden de un abrigo rupestre, sin asociación directa a yacimiento alguno que se conozca (Zapata, Aníbal y Pachón, 1995). Los paralelos que se aportaron desde el punto de vista tipológico no eran gratuitos, sino que se buscaban –junto a las semejanzas formales– hallazgos que pudieran relacionarse más directamente con restos arqueológicos prehistóricos, y ello lo proporcionaba Baños de Alicún, como se ha pretendido demostrar más arriba, y como ya dejaron constancia los iniciales descubridores de aquel hallazgo (Spahni y García Sánchez). En este caso, una crítica que puede hacerse fácilmente sobre cualquier hallazgo superficial, no es otra que todos o parte de los objetos recuperados hayan sido incorporados al yacimiento en una época posterior a la que se les presume. Indudablemente esto supondría criticar globalmente la arqueología espacial y una de sus metodologías más señeras, la prospección arqueológica superficial, que, por lo demás, ha sido uno de los caballos de batalla más apreciados por los ideólogos de la arqueología oficial andaluza en estos últimos años. Es, al menos chocante, y sospechoso, que desde una posición que se supone muy responsable jerárquicamente* se utilicen contradictoriamente tales metodologías, como luego habremos de desarrollar.
     El otro apoyo comparativo que se utilizaba pasaba por las pinturas rupestres del Cerro del Piorno de Pinos Puente, estudiadas directamente por nosotros y en las que existen por lo menos tres elementos que están en sintonía con lo que venimos llamando representaciones en φ (Carrasco et alii., 1986: fig. 2), algo que pueden rastrearse también, aunque realizados con la técnica del grabado, en Alfacar. Indudablemente, este abanico de paralelos –aunque pequeño– ha permitido establecer una asociación entre elementos prehistóricos que pueden ser factiblemente neolíticos o del Cobre inicial. Sin embargo, se nos ha querido responsabilizar de que la asociación se establecía entre el Neolítico y unos grabados medievales, cuando en ningún caso aportábamos esa última datación, sino que precisamente eso se hacía en el trabajo de referencia, aunque varias líneas más arriba de su desarrollo se hubiese acabado de  aplicar otra cronología incluso más reciente: ... conjunto de grabados que evidencian una clara connotación moderna (siglo XVI) (Martínez, 1995: 20). Pero, tanto los símbolos rupestres en φ, como los cruciformes o ramiformes, son especialmente abundantes en las manifestaciones prehistóricas pintadas de muchos abrigos del Subbético, que pueden seguirse en análisis de conjunto (Carrasco et alii, 1985)  y en publicaciones de hallazgos más localizados como pueden ser los de Nerpio, Albacete (Alonso, 1980). En cualquier caso, también son elementos sobradamente conocidos e interpretados (Carrasco y Castañeda, 1981: 328 ss.), como para dudar tan absolutamente de ellos, cuando se toman como referente para la comprensión de unos grabados rupestres de gran semejanza; y, sin embargo, se quiere presentar como válido un paralelo tipológico reciente, apoyado en las conclusiones de determinados medievalistas, que difícilmente podrían asegurar una fecha tal como pretenden. Porque en el caso de los aljibes aducidos en su favor, donde se han analizado figuras que ahora se quieren paralelizar con las de Alfacar, lo único que está claro es que los signos pintados cruciformes fueron hechos después del abandono del uso del depósito, por lo que si el aljibe es medieval, las pinturas podrían ser del siglo XVI, o del XVII, o incluso del XX. Tampoco buscar otros paralelos, como la aparición de signos semejantes en el muro de un castillo, nos parece suficiente como para asegurar su coetaneidad con la construcción de tal construcción, a menos que el hallazgo esté contextualizado en un estrato arqueológico con relleno bien fechado. Además, ¿por qué aceptar las conclusiones interpretativas para las pinturas prehistóricas, no considerarlas para el análisis de unos grabados muy semejantes y, en cambio, incluir en el mismo saco interpretativo los cruciformes almerienses y granadinos, sin diferenciar ahora si son pictóricos o escultóricos? Nos parece una trampa dialéctica sobradamente conocida.
  Por otro lado, nuestro estudio no comparaba los grabados de Alfacar con los conocidos de los megalitos (dólmenes de Montefrío y Fonelas), sino que se hacía una recopilación de hallazgos y se citaban los de los dólmenes, pero nunca con intención interpretativa alguna, ni mucho menos con la idea de paralelizarlos con los de Alfacar; solo se quería evidenciar que el uso del grabado era una práctica extendida entre las poblaciones megalíticas. Se trataba de una generalización en la que se aportaban los grabados sobre rocas (rupestres en sentido amplio) conocidos en la provincia de Granada, sin alusión alguna a los también granadinos de Lanteira que claramente no encajaban, formal ni geográficamente, con los novedosos que se publicaban. Es más, el cúmulo de referencias aportadas en el artículo de réplica citado no deja de ser ambiguo y confuso, por cuanto si lo que se pretendía era demostrar que existen grabados en épocas muy posteriores a lo prehistórico, e incluso que el esquematismo de los grabados se mantiene hoy hasta en los hierros para marcaje del ganado, como ejemplo de similitudes socioculturales entre las comunidades agropecuarias, no era necesaria tanta disquisición en torno a un simple hallazgo como el de Alfacar que, pese a todo, nos sigue pareciendo prehistórico.
     Si de similitud se tratara, podríamos decir que los hierros del ganado de Pontones (Jaén) también son idénticos a las estrellas que cubren muchos de los techos y paredes de las tumbas egipcias. Aunque pudieran ser conceptualmente distintos, en su resultado formal son muy semejantes, hasta el punto que pudieran llegar a confundirse interpretativamente, pero a nadie se le ocurriría enlazar la tumba de Amenofis II, de finales del siglo XV a.C. (Rachewiltz, 1967: lám. 2), con los tiempos medievales o modernos; ni mucho menos decir que las pinturas egipcias son recientes, o que reflejan conjuntos humanos de parecida estructura socioeconómica a los actuales grupos ganaderos de Pontones. Este dislate, o caricatura de un hecho, solo patentiza lo necesario que es tener suficiente y razonable criterio a la hora de hacer comparaciones y paralelos en prehistoria y arqueología. De todos modos, también parece escapársele al autor del referido artículo que los herrajes del ganado responden en muchas más ocasiones a simplificaciones de la escritura, siendo una conjugación de iniciales más o menos sencillas y algún que otro signo, que escapan por completo al simbolismo de una auténtica representación esquemática más propia de sociedades anepígrafas o habituadas a determinados lenguajes ideográficos que todavía desconocemos, pero que sí suelen aceptarse para la pintura rupestre bajo una perspectiva con mayor bagaje crítico y científico (Castañeda, 1978).
  El planteamiento que se siguió en nuestro anterior trabajo tuvo que ser el tradicional, cuando era imposible que contáramos con estratigrafías en el abrigo de Alfacar que apoyaran cronológicamente sus grabados, por ello nos sigue pareciendo lógico relacionarlos con el yacimiento más cercano que no es otro que el Neolítico de las Majolicas también en Alfacar. Indudablemente, es más que probable que podamos estar equivocados, porque no hay ningún documento que atestigüe cuándo se realizaron estos grabados, pero querer mostrarnos porque sí dichas manifestaciones como medievales o modernas, sólo es posible en juicios de valor de una notable intuición interpretativa, con los que en nuestro caso desgraciadamente no contamos, aparte de que se está extrapolando un grabado granadino en piedra con representaciones grabadas y pinturas almerienses realizados en paredes de castillos y aljibes medievales una vez en desuso, de ahí la confusión medieval/siglo XVI que ha evidenciado nuestro interlocutor. Se rechaza con ello un paralelo cercano, comprensible en una evidente comunidad ecológico/geográfica y, en cambio, se acepta otro paralelo lejísimo por una simple similitud formal que también podría discutirse. De este modo, la crítica que se formula a los paralelos queda en entredicho al plantearse bajo una metodología comparativa idéntica, aunque establecida entre parámetros de difícil, si no imposible, relación. La base científica positivista de los paralelos tipológicos queda reducida a su valor más extremo e incongruente, anulando la posición crítica de que se parte y asumiendo aquello que se rechaza inconscientemente, sencillamente por no entenderlo. Lo poco o mucho que el positivismo tenía de ciencia, respecto de la arqueología, se ve abocado a una pseudociencia de la arqueología.   
  Creemos que, en realidad, se ha empleado una forma no muy correcta de respuesta e interpretación, al pretender utilizar esos hallazgos tardíos para tratar de contextualizar todos los grabados cruciformes como recientes; además, partiendo de un claro prejuicio que no es otro que entender toda representación en cruz como moderna. Lógicamente no es ahora el momento, ni el sitio, para plantearlo extensamente, pero merece la pena recordar algunas cuestiones que, por obvias, acaban pasando totalmente desapercibidas. La cruz como elemento decorativo, simbólico o práctico, no es algo ni siquiera genuinamente cristiano: sabemos que los romanos la utilizaban masivamente como soporte y mecanismo de ejecución corriente para los condenados desde mucho antes de la era cristiana, por lo que, al margen de algo útil para la justicia, representaba un símbolo de ignominia porque las ejecuciones eran públicas; pero también supuso un elemento ornamental de sus pinturas y así era visible en algunas de las cuevas exploradas en Osuna, Sevilla (De los Ríos, 1880: 271 ss.; Abad, 1972: 72-75, fig. 11; Ídem: 243-244, fig. 4089; Pachón y Ruiz, 2006); tumbas rupestres que, si durante mucho tiempo fueron consideradas cristianas, actualmente se interpretan como paganas. Incluso antes, los griegos emplearon las cruces como variante decorativa en muchas de la amplia gama de grecas con que decoraban sus cerámicas pintadas (Lane, 1971: lám. G). Más recientemente se han publicado algunos hallazgos de grabados cruciformes en rocas de Mogente, Valencia (Cháfer, 1997: 32 ss., fot. p. 24), pero las asociaciones de motivos se alejan claramente de los grabados de Alfacar, incluso de los de Baños de Alicún. Es más, incluso desde un punto de vista formal, muchas de las cruces, sean almerienses o no (Los Milanes de Abla –Almería– o Arco de San Pascual en Ayora –Valencia–), que se han parangonado con Alfacar, presentan formalmente prolongaciones perpendiculares en los extremos de los brazos, lo que las diferencia claramente de los esquemas mucho más simples del caso granadino, hecho que quizás también apoye una diferenciación cronológica en el sentido que tratamos. Un ejemplo de esos tipos de cruciformes los encontramos igualmente en representaciones pintadas muy parecidas y modernas de la zona de Moratalla, en Murcia (Mateo, 1994 y 1995: 9 ss.; fig. p. 12). El elenco diferenciador de Alfacar sería muy numeroso en época histórica, por lo que no conviene seguir en esta línea de la indagación.
  Mucho antes, los símbolos cruciformes estaban presentes también en los alfabetos protosinaítico, jeroglífico egipcio (tumba de la reina Nefertari, por ejemplo) y fenicio, donde representan el sonido s, fechables desde el siglo XV a.C. en adelante; aunque más concretamente en el fenicio, la cruz simple correspondía al signo Taw (T), mientras la cruz con tres brazos sería la letra Samek (Xi). Como objeto de adorno, sabemos de pendientes cruciformes, similares a la cruz egipcia (llave o cruz de Hathor), procedentes de Cartago, ya en los siglos VII-VI a.C., de la que derivaría la representación más corriente de la diosa Tanit, como ocurre en un anillo de Cágliari, de los siglos IV-III a.C. Un uso de los elementos cruciformes, probablemente relacionado con esa diosa se aprecia en estelas votivas de la misma Cerdeña, en los siglos VI-IV a.C. Todos estos casos son elementos grabados en metal o representaciones escultóricas en piedra, aunque tampoco faltan en las figuraciones pictóricas donde puede rastrearse el mismo motivo de Tanit, con base triangular y brazos extendidos de un claro esquema cruciforme, como ocurre en la necrópolis de Kerkouane, Túnez (siglos IV-III a.C.), o en un kiosco funerario procedente de Palermo (Moscati, 1988), fácilmente asociable con las cruces con base triangular de tiempos bastante más recientes. Pero no queremos ejemplificar masivamente un catálogo de signos cruciformes de muy diversas épocas, sino dejar claro que muchos elementos formales pueden sobrepasar ampliamente los estrechos horizontes temporales en que dividimos la historia, y la similitud tipológica no es garantía de que la cronología sea siempre tardía, o que estemos ante fenómenos contemporáneos. Tampoco, en este caso, el trabajo que venimos refiriendo lleva a la práctica su consejo crítico de que debe atenderse a las diferencias en lugar de a las similitudes, y con una abrumante cantidad de paralelos, que enlaza mediante similaridades muy superficiales, acaba trazando un arco de unión intemporal entre modelos que ya no son sólo distintos formalmente, sino claramente anacrónicos y con una separación espacial absolutamente demoledora.
     Sírvanos, como ejemplo de todo lo que hasta ahora se ha dicho, un último referente grabado en un guijarro de piedra, en el que se aúnan en un único símbolo un signo φ, pero con prolongaciones superior e inferior, en el que en la parte de abajo, si la orientación que se le ha dado es la correcta, se aprecia claramente un signo cruciforme (figura 8: izquierda). Este caso, que está bastante alejado geográficamente de nuestro objeto andaluz de discusión, se recuperó en la languedociana estación arqueológica de Lattes y, pese a que opinadores como J. Martínez quizás no dudasen en clasificarlo en un momento tardío, medieval o moderno, la realidad es que se recuperó en un estrato profundo de la muralla del yacimiento (Py, 1995: 273, fig. 5), por lo que no parece que esté demasiado alejado del siglo V a.C., si no fuese más antiguo, en función de que el asentamiento pudo fundarse entre fines del VII y principios del VI a.C. (Py, 1995: 263). No parecería lógico, por tanto, paralelizarlo tal cual con el grabado bastante parecido de Alfacar (fig. 4: arriba, a la izquierda) o el de una de las piedras laterales del dolmen antequerano de Menga (figura 8: derecha).

Última. Izquierda: guijarro grabado de Lattes, según Michel Py. Derecha: grabados del dolmen de Menga, Antequera (© de Creative Commons y fotografía original de Rafael Jiménez).

     Este pequeño repertorio de datos debe ser suficiente para comprender, también, que la última fecha de uso de un objeto, o motivo decorativo determinado, no identifica como contemporáneos a todos y cada uno de los elementos idénticos de ese objeto o motivo. De todas formas, para clarificar aún más lo que decimos, podemos añadir un dato más, que creemos suficientemente revelador. Se trata del caso de la esvástica: ante la que nadie se atrevería a mantener que todas las cruces gamadas puedan ser modernas, pese al uso que de las mismas hiciera en este siglo el partido nacionalsocialista alemán. Por poner algunos ejemplos, ya encontrábamos cruces gamadas en cerámicas euboicas o euboico-cicládicas procedentes de Naxos (Sicilia), pertenecientes al siglo VIII a.C. (Pelagatti, 1982: 153, fig. 15a); existiendo otros ejemplos en la propia Península Ibérica, como las esvásticas entrelazadas en grecas que se usaron para adornar una de las urnas cinerarias de piedra halladas en la necrópolis ibérica de Tútugi en Galera, Granada (Pereria et alii, 2004: fig. 67), o en botones metálicos del Cigarralejo (Cuadrado, 1987: 244, fig. 95,10), durante los siglos V o IV a. C; lo mismo que en épocas más recientes sobre cerámicas indígenas de Azaila, Teruel (García y Bellido, 1980: figs. 129-30 y 156). Un espectro cronológico bastante parecido al que acabamos de esbozar para las cruces, pero que también nos impide simplificar el fenómeno de la esvática como un elemento iconográfico exclusivamente reciente. Todo ello, sin querer entrar tampoco en la abundante presencia de ídolos cruciformes en los ajuares prehistóricos del Cobre (Almagro Gorbea, 1973: 33 ss.), que pudieron corresponderse también con un uso emblemático en las pinturas y grabados rupestres coetáneos, o incluso anteriores.
     Estaría ya totalmente probado que los elementos cruciformes, cualesquiera que sea su soporte expresivo: pintura o escultura/grabado, están presentes en el mundo antecristiano y prehistórico, por lo que no hay motivos científicos suficientes para concluir que cualquier grabado cruciforme sea de época histórica, aunque los haya abundantemente en tiempos modernos y medievales. Tampoco puede dársele más valor a una concomitancia formal que a otra, por lo que mientras no encontremos elementos de datación más fiables, que estén claramente asociados a un mayor número de grabados, las interpretaciones pueden ser variadas y solo el tiempo demostrará lo acertado de unas y otras. Eso sí, mientras esto no ocurra, parecería superfluo obviar –en nuestro caso– el contexto prehistórico más cercano de los grabados de Alfacar, para desecharlos con argumentaciones que tal vez sean válidas en otros territorios más lejanos, pero que no pueden encontrar apoyo en esta parte de la provincia de Granada, sin mayores consideraciones. Aquí, ni los mozárabes en la Edad Media tuvieron demasiados problemas para exteriorizar su cristianismo bajo dominio musulmán, ni tras la conquista se conocen documentalmente áreas eremíticas o comunidades residuales que expliquen un reducto más o menos sacralizado de carácter cristiano, a socaire de los centros de poder religioso que estaban desarrollándose en Granada bajo patronazgo de los reyes castellanos. No sólo en la capital del antiguo reino nazarita, sino en todas las poblaciones de su territorio, como quedaría probado con el gran número de fundaciones religiosas que se hicieron a partir de consumarse la  conquista, y con la general transformación de las antiguas mezquitas en iglesias para el nuevo culto oficial en la práctica totalidad de los núcleos habitados de la región.
  Tampoco parece lógico suponer, en la Granada postnazarí, que la reproducción de cruces en estos lugares se hiciera como expresión de la apropiación mágica de un espacio pagano que requiriese de prácticas rituales exorcistas, lo cual podría tener sentido en áreas de especial interés para los musulmanes, pero no resulta tan claro en sitios como este del término municipal de Alfacar, que nunca tuvo especial relevancia dentro de la organización política, económica y administrativa del reino granadino. Aún más, cuando esas labores de exorcización alcanzaban un indudable paroxismo de carácter paradigmático, muy cerca de Alfacar, en otro tipo de hechos de los que hay pruebas documentales, como la conversión de las mezquitas en iglesias, la quema pública en Bib-Rambla de los libros de la Madraza de Granada. No resultaría razonable, bajo tales circunstancias, una explicación de los cruciformes de Alfacar en estas fechas, incluso aunque sea factible en otras zonas de la geografía andaluza; sin olvidar que las cruces granadinas no se representaron sobre una obra arquitectónica levantada por los musulmanes, como sucede en los aljibes almerienses, sino en un abrigo rupestre natural (lám. I: arriba).

EL VERDADERO FONDO DE LA CUESTIÓN: INTERVENCIONISMO ESTATAL Y DESAJUSTES ANTE LA NUEVA SITUACIÓN PATRIMONIAL

  Aunque es necesario aplaudir que la publicación de humildes representaciones rupestres hayan sido capaces de levantar una cierta polémica sobre su auténtica o ficticia filiación cronológica, debemos empero ser bastante más precisos a la hora de determinadas catalogaciones, sin olvidar comprobar directamente los nuevos hallazgos, para no acabar comparándolos con elementos distantes que se quieren sobredimensionar, salvando enormes espacios geográficos y sorteando una dinámica histórica que resulta claramente divergente respecto del  medio donde se produce el hallazgo. Estas cuestiones, cuyos planteamientos y confrontaciones internas pueden resultar lógicas, teniendo en cuenta los diversos puntos de vista de los autores que las manifiestan, vienen a unirse con las opiniones derivadas de la propia naturaleza contradictoria que emana de una situación patrimonial nueva, todavía sin ajustar. El carácter patrimonial del hecho arqueológico sitúa al Estado en el patronazgo rector de su propiedad y gestión, junto con la obligación que a todos los ciudadanos compete sobre su salvaguarda. Ello provoca, en el ámbito de los estudios arqueológicos y de sus profesionales, que se publiquen con prisas hallazgos que de otro modo esperarían en silencio una comprobación más exhaustiva de sus circunstancias contextuales. Del mismo modo, las conclusiones de unos se arriesgan rápidamente a ser rebatidas por otros que, aspirando a un mejor servicio cívico, acaban corriendo igualmente a exponer abiertamente sus consideraciones. El resultado no es sino una agria polémica en la que las posiciones, muchas veces, en lugar de encontrarse, acaban separándose inútilmente.
     Pero, a la larga, lo que termina siendo más lamentable es que nos arriesgamos a que persista siempre una parte negativa en todo este tipo de polémicas; algo que no solo explicaría la disparidad crítica que acabamos de plantear en este artículo, sino una nefasta conclusión ante la que no solo somos perdedores quienes nos vemos abocados a entrar en alguna de estas dialécticas. La polémica quedaría reducida, de un lado, a aquellos que publican hallazgos para tratar de ampliar el volumen del patrimonio arqueológico conocido y, de otro, a aquellos que tratando de defender mejor tal patrimonio, pueden acabar discutiendo superficialmente las dataciones ofertadas y sembrando la confusión del público en general. Al final, corremos el riesgo de que no se obtenga más que una constatación extremadamente fácil y perniciosa: el patrimonio arqueológico no existe o está en gran medida inventado. Nuestra posición debe ser la de seguir intentando demostrar, desde cualquier medio de difusión, que el patrimonio es una realidad evidente y que sólo de su conocimiento, incluyendo las más diversas –pero serias– interpretaciones, se derivará la necesaria concienciación social que permitirá salvaguardarlo para transmitirlo a las generaciones futuras.
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(*): Debe recordarse que nuestro crítico era, cuando firmó su artículo, Delegado Provincial de Cultura en Almería (1994-1996), aunque posteriormente ocuparía los cargos de Director del Conjunto Monumental de la Alcazaba de esa misma ciudad (1996-1999), Director General de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura (1999-2004) y, por último, Director General de Bellas Artes y Bienes Culturales del Ministerio de Cultura (2004-2007).
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ANEXO I







ANEXO II










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