EL ORIENTALIZANTE EN OSUNA:
NUEVAS OPORTUNIDADES PATRIMONIALES PERDIDAS
Primera página de la publicación de referencia, en Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, 23 (2021), pp. 66, 77. |
La fase orientalizante de la historia antigua de Osuna está atestiguada desde hace bastante tiempo, gracias a las tumbas de inhumación (Figs. 1 y 3) que las investigaciones francesas de 1903 dejaron al descubierto al exhumar la muralla sobre la que combatieron cesarianos y pompeyanos (Engel y Paris 1903: 479 ss., pl. XXXVIIIA y XXXIXB; Ídem 1999; Pachón y Ruiz Cecilia 2005: 406 ss.) y sobre las que hemos dado alguna noticia novedosa en otras entregas de esta misma publicaciónseriada (Pachón 2010: 52-53, fig. 7). Otra parte de cierto interés sobre este período procede de hallazgos ocasionales, debidos a prospecciones superficiales en distintos momentos de la investigación, con recuperaciones menos significativas que las funerarias de principios del XX, pero totalmente ilustrativas de este crucial periodo de nuestra protohistoria, como luego señalaremos.
Aunque, quizás, la aportación más interesante se alcanzó con los hallazgos que se produjeron en las labores de seguimiento y documentación que al inicio de este nuevo siglo se produjeron en la Cuesta de los Cipreses (Ruiz Cecilia 2001), donde se documentó un registro arqueológico bastante amplio, pero muy complejo, ya que la zona del hallazgo acumulaba evidencias de prácticamente un milenio de ocupación habitacional del yacimiento. Pero este sitio, representa frente a todos los anteriores, el añadido de haber aportado elementos materiales susceptibles de proporcionar dataciones absolutas, para fechar algunos de los hallazgos y establecer jalones cronológicos fiables, como nunca antes había podido disponerse en Osuna, incluyendo el periodo de tiempos orientalizantes, que aquí nos ocupa. Momentos que anteriormente se habían datado con referencias indirectas, mediante cronología relativa, por asociación con otros hallazgos arqueológicos conocidos en otros sitios mejor fechados que los de nuestro yacimiento.
Las condiciones en que se desarrollaron aquellas investigaciones de la Cuesta de los Cipreses, limitadas espacialmente por la escasa extensión del terreno explorado, tanto en longitud como en amplitud, así como por las propias características geológicas del sitio, impidieron obtener una secuencia arqueológica todo lo precisa que se esperaba, que se vio mermada por la reducción resultante de hallazgos materiales. Por ello, esta investigación quedó a expensas de que en un futuro pudiera extenderse la zona explorada, cuando las circunstancias permitieran analizar espacios como el de la propia calle que delimitaba por el sur y el oeste los espacios que en 1988/89 se analizaron.
Las condiciones propicias parecieron darse en la primavera del año 2021, por el proyecto de remozado del pavimento integral de esa calle, en la que se programó el cambio de la calzada anterior asfaltada por un nuevo solado de adoquines, más apropiado en la zona monumental de la villa de los Girones. Pero la realidad, tozuda, ha vuelto a frustrar esas expectativas patrimoniales tan oportunas.
TOPOGRAFÍA
ORIENTALIZANTE DE OSUNA
Hemos querido recoger, de manera sucinta, aquellos sitios dentro del yacimiento donde hay constancia de hallazgos orientalizantes: algunos más reconocidos y otros por conocer, al menos entre la gran mayoría de los lectores. Los hemos situado en un mapa topográfico de Osuna (Fig. 2), presentándolos en orden numérico desde la parte superior de la imagen hasta la inferior, sin ningún criterio cronológico. Pero también aprovecharemos para hacer una relación explicativa y selectiva de los mismos, en función de las posibilidades futuras de investigación que ofrecen sus lugares de aparición. De esta manera, podremos apreciar en su justa medida la trascendencia de la última ocasión perdida para la profundización del conocimiento y de la investigación de este periodo tan antiguo de la historia pasada de nuestra patria chica.
El número 1 de dicho mapa recoge una serie de hallazgos patrimoniales de carácter funerario, pero divididos: entre ajuares depositados en ciertas tumbas y estructuras sepulcrales de las que no hemos podido llegar a conocer sus contenidos. Conocidas desde 1903, las tumbas orientalizantes del Garrotal de Postigo señalaron la existencia en ese sitio de una necrópolis con tumbas individuales excavadas en la arenisca, pero en la que pudo haber una segunda sepultura más monumental que los investigadores franceses no supieron interpretar convenientemente (Pachón 2008: fig. 7) y otra tercera que dio a la luz la excavación de R. Corzo setenta años después (Corzo1977: lám. VII), que también llegamos a revisar nosotros mismos (Pachón 2008: fig. 1).Aquí en la figura 4.
Las últimas investigaciones dejaron claro
su relación temporal con la época orientalizante, pero el volumen de las dos
sepulturas monumentales ilustran la existencia en este sitio de un espacio
mortuorio de gran interés cultural y patrimonial que está mínimamente
investigado, ya que buena parte del Garrotal de Postigo no se estudió, como
demostraría la pequeña exploración que el propio Corzo investigó
posteriormente, descubriendo un área totalmente inédita, hacia el mediodía del
cambio de vertiente donde actuaron los franceses. Una constatación que no es de
extrañar, sabedores del hecho de que el contrato de explotación que Arthur
Engel había firmado con F. Postigo se rompió abrupta y unilateralmente por este
último, sin haber concluido el proyecto de los arqueólogos galos, con lo que
una superficie importante del terreno se dejó sin analizar de ninguna forma.
Sobre la potencialidad patrimonial que este
espacio representa, cabe significar que desde 1973 no se han practicado
investigaciones directas sobre el sitio, por lo que las posibilidades con
resultados positivos en una futura excavación in extenso del sitio siguen siendo muy prometedoras; pese a que el
célebre garrotal de principios de la centuria pasada esté perdido desde finales
de los sesenta del mismo siglo y sin que los efectos negativos de su
desaparición incontrolada se llegasen a estudiar nunca. El interés del lugar
puede rastrearse en el contenido de las figuras 1 y 3-4, donde hemos tratado de
recopilar casi completamente todo lo que conocemos con seguridad que se ha
detectado, tanto de sus contenidos arqueológicos, como en lo estructural (básicamente
infraestructuras funerarias).
4. Grandes infraestructuras funerarias orientalizantes del Garrotal de Postigo: excavaciones de 1903 (arriba) y 1973 (centro y abajo). © J. A. Pachón, excepto R. Corzo (centro y abajo, derecha). |
La existencia del subterráneo, que también creemos de carácter funerario, que se exhumó en 1903 y el que evidenciara la investigación de R. Corzo, setenta años después (Fig. 4), mostraría que la necrópolis orientalizante de Osuna, radicada por esta zona del Garrotal de Postigo, tendría un carácter de monumentalidad que no había quedado del todo claro en las primeras investigaciones. Un hecho que apuntaría a la presencia de un espacio funerario de gran importancia, acorde con el volumen que presumimos para el hábitat que representaría la Urso de aquella época, cuya extensión superficial ocuparía una amplia área meridional del yacimiento, que debía abarcar las alturas actuales de la Colegiata, la antigua Universidad, Paredones, probablemente la zona de los depósitos de agua y las elevaciones de la Carpintería y de la Quinta. Conjunto con el que hablaríamos de una población extendida por una trama urbana, más o menos continua, de alrededor de kilómetro y medio de longitud y no menos de doscientos a trescientos metros de anchura en las partes menos amplias. Estas dimensiones aproximadas estarían dando una superficie de treinta a cuarenta y cinco hectáreas (de 300.000 a 450.000 metros cuadrados) que, para una localización urbana de esta época es bastante considerable, aunque no sea un dato que resulte del todo excepcional en los bordes y en la misma campiña del Guadalquivir.
Piénsese que, en los estudios de conjunto
sobre extensiones de sitios prerromanos habitados de la Península, para
momentos comparables a lo orientalizante de Osuna y hasta época ibérica, las
superficies más amplias que han podido medirse estarían aludiendo a lugares
comprendidos entre una extensión máxima de 499.000 m2, como
encontramos en Carmona, o superficies algo menores como ocurre en el Alto
Guadalquivir, en Cástulo con 440.000 o en la Baja Andalucía, en Mesas de Asta
con 420.000 (Moret 1996: 135-139, tab. 15).
Sobre la auténtica extensión de la
necrópolis, correspondiente al gran poblado de la Urso orientalizante, sabemos
relativamente poco, salvo su situación en el desaparecido garrotal de Postigo y
la suposición de que alcanzase áreas adyacentes, como el más oriental garrotal
de Engel (Jofre et al. 2008). Pero
ocupando un espacio coincidente con lo que conocemos en otros lugares
coetáneos, donde los ámbitos funerarios cubrieron colinas enfrentadas a los
altos oteros urbanos de sus correspondientes ciudades. En Osuna, hay constancia
de que este reducto necropolar acabó extendiéndose hacia el este por la parte
septentrional del camino de San José (Pachón 2011); pero también por el sur, a
uno y otro lado del camino de Granada, donde la necrópolis rupestre romana, más
tardía (Pachón y Ruiz Cecilia 2006), desdibujó las evidencias preibéricas más
antiguas, de las que solo nos han quedado muy escasos, pero significantes,
vestigios de su presencia. Aunque no solo evidencias de su cultura material,
sino también de sus estructuras arquitectónicas (Figs. 2,2 y 5). Así,
precisamente en el margen sur de la vereda de Granada, justo a la altura de la
necrópolis de las Cuevas, son patentes algunas estructuras funerarias rupestres
que pueden paralelizarse con sepulturas orientalizantes que, probablemente, se
reutilizaran hasta época romana, pero que guardan una contrastada herencia
orientalizante (Pachón 2010: 50 ss; fig. 2, arriba).
5. Estructura sepulcral de la Vereda de Granada y el detalle de una de sus tres dependencias laterales abovedadas. © J. A. Pachón, 2010 y 2021. |
Respecto de la necrópolis de los
garrotales, esta segunda zona funeraria quizás sea la menos proclive a que, en
un futuro, su incorporación completa a los espacios patrimoniales públicos, así
como la perspectiva de una nueva investigación arqueológica, acabe dando
resultados excesivamente espectaculares, ya que pese a lo que aún desconocemos
es quizás el área más estudiada del patrimonio arqueológico de Osuna, desde su
temprana y exhaustiva exploración del siglo XVIII hasta su último análisis
global (Pachón y Ruiz Cecilia 2006). Pese a todo, su reexcavación, limpieza,
conservación y determinación de trazas estructurales, es una labor pendiente
para la imprescindible recuperación del patrimonio arqueológico local.
Los siguientes números (Fig. 2: 3 a 6)
reflejan un carácter común que serían los hallazgos cerámicos relacionados con
lo orientalizante, aunque dejaremos para después el comentario del quinto
referente, por las implicaciones que para el objetivo final del trabajo tiene,
además de evidenciar otros vestigios estructurales de distinta relevancia, sin
ser especialmente únicos.
Así, el número tres recogería espacialmente
los epígonos dimensionales de la gran necrópolis de la antigua Osuna, donde una
prospección con sondeos puso al descubierto algunas sepulturas excavadas en la
roca, que podrían compararse con las exhumadas en 1903, aunque ya profanadas de
antiguo (Vargas y Romo 1993). La falta de ajuares mortuorios se complementó con
hallazgos residuales de materiales arqueológicos que se compaginan
perfectamente con la época orientalizante, como luego se confirmará con lo
recuperado al otro lado de esta cota topográfica, precisamente en el lugar
correspondiente al número seis.
Por su parte, en el número cuatro se indica
otro espacio arqueológico de la vieja Urso,
donde tuvieron lugar unas excavaciones arqueológicas inéditas que solo
conocemos por la referencia que de ella se hace en la tesis del dr. J. I. Ruiz
Cecilia, reconstruyendo aquella desconocida investigación (Ruiz Cecilia 2015:
763 ss). Aunque los contenidos materiales de la citada exploración fue
realizada en la cota topográfica correspondiente al espacio intermedio entre
los dos depósitos municipales de agua, junto al anexo de las Alcaidías, supone
un complejo repertorio de la práctica totalidad de la secuencia cultural que
conocemos en la mayor parte del yacimiento arqueológico de Osuna. En esta
limitada contribución solo vamos a centrarnos en algunos de los elementos
materiales que mejor reflejan ese momento orientalizante, que aquí queremos
destacar.
De esos materiales queremos destacar el
hallazgo fragmentario de unas cerámicas pintadas policromas con motivos
figurativos, cuyos paralelos más cercanos, en lo que respecta a la geografía,
podemos encontrarlos en otras recuperaciones similares de los yacimientos de
Camorra y Cerro Alcalá, en Osuna (Pachón et
al. 1989-90: 221 ss., fig. 4D1); Cerro Gordo, en Gilena (De la Bandera et al. 1989) y San Cristóbal, en Estepa
(Juárez 2005); así como en el vaso chardón que se conserva en el Museo
Arqueológico de nuestra villa (Pachón y Aníbal 1999 y 2000). Mayormente
proceden de la excavación del Depósito de Agua (Fig. 6).
Entre esos materiales, serían
característicos del periodo los fragmentos de cerámicas pintadas con
policromía, cuyos motivos decorativos no hemos podido estudiar debidamente aquí
(Fig. 6: 1-2), pero que siguen la pauta conceptual y compositiva de los modelos
más conocidos y mejor conservados, como sabemos por las ánforas pintadas de
Carmona (Belén et al. 2004). Una
serie de bandas figurativas en las que se pintaron procesiones de animales
fantásticos, acompañadas por toda una gama decorativa de cariz vegetal, en la
que abundan las representaciones de lotos y otros motivos geométricos más
variados; dentro de una iconografía que cada vez conocemos mejor (Le Meaux
2010).
En el caso de estos hallazgos de Osuna,
también hemos encontrado hasta tres fragmentos de pequeños vasos cerámicos, de
carácter cerrado (Fig. 6: 3 a 5), cuya forma remite a recipientes muy
característicos de los repertorios arqueológicos cerámicos fenicios (Fig. 6:
derecha). Fabricados en distintas arcillas: sin tratamiento, pintadas o de
engobe rojo, disponen de una enorme variabilidad formal por todo el
Mediterráneo, como podemos ver con abundancia en el concreto repertorio
chipriota (Bikai 1987: lám. VIII ss.). En nuestro caso no nos ha sido posible
reconocer directamente los casos analizados, por lo que no sabríamos a qué
grupo concreto pertenecieron, aunque su naturaleza no nos ofrece dudas sobre su
correspondencia cultural con el resto de materiales pintados que hemos
destacado.
Su procedencia de dos cortes de excavación
diferentes (2 y 4), así como de distintos niveles estratigráficos (2, 4 y 7),
junto a su asociación con materiales arqueológicos mucho más modernos, arroja
demasiadas dudas sobre la bondad de los contextos de origen respectivo. Por
ello, es imposible deducir otras consecuencias de trascendencia sobre la
naturaleza de su presencia en el sitio, sin mayores datos respecto de su
trayectoria deposicional, de su posible localización primaria o secundaria,
incluso de si pudieron representar el origen de la ocupación humana en esta
parte pretérita de la antigua Urso.
Sin embargo, es evidente que se trata de certezas muy significativas sobre la
existencia de un hábitat ya consolidado para este momento, que nosotros
preferimos seguir llamando orientalizante; aunque tendencias bastante recientes
apuesten mejor por la denominación de tartésico (Rodríguez, 2020: 114-119).
Por otro lado, la constatación de estos hallazgos ayuda a situar, no solo a localizar puntualmente, los distintos sectores de uso del más antiguo núcleo urbano conocido en el yacimiento. Los números uno, dos y tres, se corresponderían con el espacio necropolar, la ciudad de los muertos; mientras que el número cuatro, empezaría ya a dibujar el auténtico espacio urbano, la ciudad de los vivos.
En cuanto a su potencialidad, medida en valor arqueológico futuro, su verdadera dimensión no podrá constatarse sin que desarrollemos en esta zona un proyecto de excavaciones sistemáticas en extensión, salvando las puntuales investigaciones y actuaciones clandestinas que se han llevado a cabo, pero que no han servido para alcanzar un conocimiento exhaustivo de la secuencia cultural que sabemos se contiene en estos lugares. En este sentido, debe tenerse en cuenta que también la misma zona es el solar de la colonia romana de Osuna, por lo que una excavación en extensión futura estaría muy limitada superficialmente por la presencia de los restos arquitectónicos del propio urbanismo colonial y, temporalmente, por la necesidad obligada de conjugar la presencia de esos restos y los factibles espacios de exploración viables para los rellenos arqueológicos subyacentes.
Afortunadamente, el ámbito urbano de los restos prerromanos en Osuna se extienden mucho más hacia oriente que los vestigios documentados en Alcaidías y Depósito del Agua (Fig. 2: 6), alcanzando la cota 359 de lo que conocemos topográficamente como Carpintería/La Quinta y que ya habíamos analizado hace más de un decenio en este mismo espacio editorial (Pachón 2009). De aquel estudio, basado en una exploración superficial de campo no invasiva, interpretación fotográfica de elementos estructurales emergentes y estudio historiográfico comparado, pudimos extraer la conclusión de que la ciudad, que había venido enterrando a sus difuntos en el Garrotal de Postigo y alrededores, se había erigido en esas elevaciones de La Quinta y espacios anexos, extendiéndose probablemente hasta las alturas más a occidente de Los Paredones.
La comprobación de su existencia, en tan lejanas fechas de la época orientalizante, vino corroborada por la presencia de elementos cerámicos coetáneos de aquella etapa y que conocemos perfectamente porque también abundan en otras estaciones arqueológicas del mundo fenicio peninsular, así como de su hinterland y territorios conexos, como lo fueron los del valle del Guadalquivir y las campiñas aledañas, de las que igualmente formó parte la geografía propia de aquella Osuna.
Esos vestigios cerámicos los hemos recogido
nuevamente (Fig. 7) para esta ocasión, seleccionándolos de entre el más amplio
repertorio material que habíamos publicado en aquel entonces, pero que
reflejaba buena parte del más amplio espectro cultural y temporal que se ha
llegado a reunir en esa parte del yacimiento arqueológico ursaonense (Pachón
2009: fig. 5).
De esos materiales cerámicos deberíamos
destacar los siguientes: el fragmento de cuenco trípode (Fig. 7: centro), del
que ya se ha defendido su importancia dentro de los repertorios de la vajilla
cerámica fenicia o de asimilación indígena, en relación con el consumo de vino
y su trascendencia en las actividades comerciales y productivas de carácter
enológico en la costa mediterránea peninsular (Vives-Fernández 2004). Pero, sin
olvidar, que también pudo haber tenido un uso complementario en los alfares de
la época, como recipiente ad hoc para
la preparación de los engobes con los que se decoraban las producciones
cerámicas pintadas del momento, generadas en los propios talleres cerámicos. Un
dato de enorme interés para la comprensión de los centros alfareros de la
época, su funcionamiento y distribución por la Península, tal como pusimos de
manifiesto hace ya bastante tiempo (Pachón y Carrasco 1992: 345). Más tarde, se
hicieron eco de esta interpretación otros investigadores de yacimientos
nucleares del horizonte colonial fenicio peninsular, como el del Cerro del
Villar, en el que admitieron para los vasos de tres pies un uso apropiadamente
especializado en el alfar del yacimiento malagueño (Barceló et al. 1999: 295) y, en especial, Curiá et al. (2000: 1476, fig. 5, arriba).
Por otro lado, tendríamos las ánforas de
hombro marcado, de las que tenemos un cuello con borde de uno de estos
recipientes tan significativos de esta etapa cultural (Fig. 7: izquierda). Su
presencia en Osuna revalorizaría el papel de punto intermedio en las
comunicaciones comerciales que debieron fluir entre la costa
atlántico-mediterránea semitizada y los territorios del hinterland indígena del
que debió formar parte el yacimiento de la Quinta. Esas ánforas sirvieron de
grandes contenedores para el intercambio de productos en ambos sentidos, entre
la costa y el interior, ya fuese vino, aceite, grano y productos elaborados de
la pesca, del que se beneficiaron las poblaciones foráneas y las autóctonas. La
intensidad de ese intercambio fue hasta tal punto provechosa, que desde muy
pronto las poblaciones del interior empezaron a fabricar directamente estos
contenedores cerámicos, para hacer frente a una demanda cada vez más creciente,
tanto de productos y como de recipientes adecuados para su transporte
(Contreras et al. 1983). La presencia
de nuestro cuenco trípode puede ser una evidencia suficiente de fabricación
alfarera, en la que las ánforas serían uno de los productos que se elaboraron,
en mayor medida.
El tercer elemento recuperado en la Quinta
es un vestigio muy fragmentario de un recipiente cerámico (pithos) también característico del mismo horizonte cultural (Fig.
7: derecha) que estamos destacando (Maas-Lindemann 1986: 235-236, fig. 2,16),
perteneciente al asa de uno de ellos. También este recipiente es un claro
contenedor, que se caracteriza por una abertura mucho más desarrollada y una más
clara separación entre el cuello y el cuerpo de la vasija. Por lo demás, lo
realmente peculiar es la presencia en ella de cuatro asas opuestas que van
directamente desde el borde al hombro, destacándose en este caso el diseño de
un asidero, conformado por tres cilindros paralelos, frente a la solución
habitual de un asa bífida. Aunque tampoco son desconocidas con la opción más
compleja de asas de cuatro elementos conformantes. Es un recipiente muy bien
estudiado, cuya cronología encajaría perfectamente con el periodo que
estudiamos, tartésico u orientalizante, parejo al desarrollo vital de los
centros productivos y de distribución económicos de la costa meridional bajo
dominio fenicio.
No debemos dejar pasar la circunstancia de
que estas últimas vasijas, junto a las ánforas anteriores, también debieron
tener un amplio empleo en los ámbitos domésticos, donde su presencia no solo
representaría satisfacer determinadas necesidades del consumo familiar, sino
cubrir otras exigencias de diverso índole, incluidas las estéticas, pero
acomodadas al gusto de la moda local. En este sentido, algunas de estas vasijas
solieron recibir una pintura superficial muy llamativa, en la que fueron
habituales las alternancias de bandas de colores rojizos y negros, con espacios
decorativos más amplios a la altura de las asas, donde se representaron motivos
geométricos más variados, como elementos estrellados, líneas onduladas o
triángulos de diversa composición.
De su valoración por las familias habla el
hecho de que su uso se extendiera a los ajuares funerarios, cumpliendo la doble
función de haber servido a sus dueños, tanto en vida, como en la muerte, pero
significando con ello que fueron elementos de prestigio que dignificaban el
paso del difunto a la otra vida. Es el caso de las ánforas que se fabricaron
con una superficie recubierta con un acabado de engobe rojo, como conocemos en
alguna de las tumbas de cámara del horizonte fenicio de la costa de Málaga,
concretamente en la sepultura nº 1 de Trayamar (Schubart y Niemeyer 1976: 212,
lám. 49c).
Esta localización del más antiguo hábitat
de Osuna representa además, frente a las otras ubicaciones que estamos
destacando, el único sitio de todos donde menos investigaciones de campo se han
realizado hasta el momento. Por eso, la potencialidad patrimonial en este lugar
se presenta, quizás, como la más prometedora de las que aún quedan en nuestra
localidad. Indudablemente, la ausencia de otros acercamientos indagatorios de
carácter arqueológico, salvo los meramente superficiales y la exploración de la
zona necropolar en el pie de monte de la vertiente septentrional, hacen de esta
parte del yacimiento la que alberga mejores expectativas para alcanzar en un
futuro un conocimiento más profundo de la evolución cultural y cronológica del
asentamiento durante, al menos, el último milenio a.C. Incluyendo el periodo
orientalizante, que en este trabajo hemos querido destacar.
Sobre la preservación de los bienes
materiales que aquí pudieran conservarse, debemos entender que al no haber
existido excavaciones en época reciente, los contenidos arqueológicos deben ser
en esta parte más abundantes que en otras, sin haber tenido que sufrir la carga
de pérdida patrimonial que conocemos en el resto del hábitat y de las
necrópolis que se han podido conocer. Por supuesto, sin considerar el deterioro
que haya podido producirse en el subsuelo por la dedicación de todo este
espacio a las labores agrícolas que, por algunas de las fotos que nos dejara el
legado gráfico de Pierre Paris, de principios del siglo XX, no deben ser
anteriores a esa fecha. En realidad, esas imágenes de entonces permiten
reconocer un uso parcial de adehesamiento ganadero, que compensaría para la
conservación de sus vestigios pasados, frente a un laboreo mucho más prolongado
y lesivo, como debe suponerse –con razón– en las otras partes del yacimiento,
más cercanas al núcleo habitado actual.
En consonancia con ello, los procesos erosivos también han debido ser más profundos en las propiedades afectas a esa mayor incidencia de la economía agrícola, que en este último sitio de la Quinta, donde tal tipo de explotación ha sido más corta y menos destructiva, al menos en la cima de la cota (Fig. 8). Sí debe indicarse que la presencia en el ángulo nororiental de estas alturas de un prolongado espacio de acumulación de basuras y escombros, hasta hace muy poco tiempo, ha repercutido negativamente en la conservación de esa parte del sitio, porque no solo se desarrolló un proceso de desescombro en superficie, sino que la acumulación se acondicionó con el aterrazamiento artificial mediante maquinaria pesada para evitar corrimientos indeseados de los desechos que iban a acumularse. Por eso, en ese mismo extremo oriental de la topografía de la Quinta/Carpintería sí pensamos que podría haberse producido alguna pérdida patrimonial que, desgraciadamente, nunca sabremos valorar, porque tampoco hubo un estudio previo de prevención arqueológica que justificara y asegurara con suficiencia la imposibilidad de dicha pérdida.
9, Comparativa de la Cuesta de los Cipreses, entre 2012
(izquierda), poco después de la intervención arqueológica y la primera mitad
del 2021. © Google Earth, 2021. |
CONSIDERACIÓN FINAL
Las muestras patrimoniales de hallazgos orientalizantes de Osuna, que hemos querido evidenciar a lo largo de estas líneas, representan una recapitulación suficiente para comprobar la situación de este tipo de evidencias materiales en todo el yacimiento arqueológico de la antigua Urso. Junto con ello, hemos tratado de exponer la potencialidad arqueológica que reúne cada uno de los sitios que aún subsisten con recuperaciones históricas de esa categoría cultural, en aras de futuras investigaciones que pudieran desarrollarse con garantías de resultados en tan dilatado campo patrimonial.
Sin necesidad de mostrar un cuadro totalmente exhaustivo y comparativo de esas potencialidades arqueológicas, lo que sí debemos ratificar es que esa riqueza patrimonial no solo debe quedar, para su recuperación y adecuado conocimiento, al albur del esporádico interés de los equipos de investigación que puedan sentirse atraídos por el estudio de nuestro pasado, o por la circunstancia aún más aleatoria de los muy ocasionales hallazgos casuales que puedan producirse. Hallazgos que pudieran atraer aquel interés y que terminaran moviendo la mecánica legal obligada de prevención y recuperación que las instituciones culturales administran. Pero, aquí en Osuna, lamentablemente no solemos estar, si quiera, en ninguna de esas dos casuísticas.
En Osuna, además, se da una circunstancia que tampoco favorecería, si se llegaran a producir esas posibilidades como las que planteamos, que se alcanzara un buen puerto. Nos referimos concretamente a que, ni existe, ni ha existido nunca, una Comisión de Patrimonio que pudiera ser tenida en cuenta a la hora de valorar sus dictámenes técnicos sobre asuntos de competencia patrimonial, que fuesen tenidos en cuenta para actuar consecuentemente, en caso necesario, y que las decisiones al respecto no acabaran dependiendo exclusivamente de la voluntad política de turno.
La que consideramos imprescindible Comisión
resultaría aún más apropiada, cuando comprobamos que con la legislación
vigente, en materia cultural, seguimos permanentemente anclados en una posición
poco activa, las más de las veces improcedente y sin avanzar prácticamente nada
en la recuperación de los bienes inmuebles que sabemos se han conservado. No
solo de época protohistórica, sino incluso de tiempos romanos, medievales y
renacentistas que, en muchos casos, resultan en Osuna bastante más evidentes.
Muchas veces, las oportunidades que surgen
y pudieran empezar a revertir esa situación tampoco se suelen aprovechar
convenientemente, porque las decisiones que debieran tomarse desde las
instancias apropiadas, para que pudiesen aportar las más calificadas opiniones
técnicas, resultan de imposible consideración ante la inexistencia material de
las mismas. Por no hablar de las prisas que embargan a los responsables
políticos en sus siempre escasos periodos de mandato.
En Osuna, el sitio de la Cuesta de los
Cipreses se ha acabado convirtiendo en un caso totalmente paradigmático de
cuanto decimos. Cuando, a finales de la década de los noventa del siglo pasado,
se adecuó ese camino en pendiente hacia la Colegiata y la Universidad, hubo un
par de cosas que se hicieron, aunque no del todo bien. Por un lado, se realizó
una simple vigilancia arqueológica, cuando los restos emergentes en el lugar de
la intervención, incluso antes de ella, ya hubiesen exigido una auténtica
excavación; pero, por otro, también se utilizó maquinaria para retirar
estructuras y sedimentos patrimoniales en una acción inconcebible para lo que
debía esperarse de una intervención en un BIC a finales del siglo XX,
perfectamente regulada por las leyes de patrimonio vigentes.
Pese a todo, la participación de los
profesionales de la arqueología que ‘acompañaron’ aquella intervención fueron
capaces de extraer una relevante información sobre la gran importancia del
sitio (Ruiz Cecilia, 2001 y 2015: 420 ss.; Ferrer et al. 2017: 81 ss.), complementando positivamente las deficiencias
que habían preñado el plan de obras, que desde la corporación municipal se
había previsto en el lugar. Aunque tampoco es que los munícipes fueran los
únicos responsables de tales deficiencias, porque las autoridades
patrimoniales, adscritas a la consejería cultural andaluza, tampoco tuvieron la
capacidad preventiva que cabría esperar de ellas y respaldaron, de facto, aquel sinsentido.
Desde aquellos hechos ya han pasado algo
más de veinte años, se ha progresado mucho en el conocimiento del pasado de
Osuna y cabría pensar que también se había hecho lo propio en las tareas de
prevención, custodia y conservación patrimoniales. Pero, otra vez, la Cuesta de
los Cipreses repite como un bucle que no pareciera tener fin, los mismos
errores de hace tantos años. De nuevo, en 2021, la mejora de la calzada de esa
cuesta, levantando el asfaltado anterior para sustituirlo por un empedrado de
adoquines tradicional, ha dejado escapar la oportunidad de subsanar los viejos
errores de aquella primera intervención y, pese a las estructuras
arquitectónicas encontradas, de nuevo se arrincona el plano cultural de su
investigación con otra acción tan plana y tan poco incisiva como la anterior, volviendo
a sepultar y dejando sin analizar suficientemente unos elementos constructivos
de gran valor patrimonial (Fig. 11). Todo, sin referirnos siquiera a la
necesidad de su puesta en valor y conservación.
11. Cuesta de los Cipreses. Vistas parciales de las obras en la calzada hacia el sur (izquierda) y hacia el norte (derecha). © J. A. Pachón, abril de 2021. |
En lugar de tanta preocupación por el remozado de la Cuesta de los Cipreses, la prioridad debería haberse centrado en recuperar las construcciones que no se estudiaron en los noventa, cuando se hizo aquella calzada. En realidad, tampoco debería parecernos tan urgente mantener dos vías urbanas prácticamente paralelas por el mismos sitio: la que se ha renovado y la que discurre unos metros más al oeste, por una cota inferior y dejando ver en su margen oriental los frentes de muro de muchas de las estructuras arquitectónicas que solo podemos seguir imaginando, tras haber sido sepultadas de nuevo en su prolongación por el este. Esta vía, que en puridad sería el auténtico Camino de los Cipreses, frente a su par o Paseo de la Universidad de Osuna, con un solo sentido podría haber sido la única en conservarse. Incluso con esa reducción continuaría cubriendo suficientemente las necesidades de acceso rodado o de desahogo de las alturas monumentales de Osuna, que seguirían contando en el flanco opuesto, ya al otro lado de la plataforma de la Colegiata/Universidad, con la ruta de doble sentido del Camino de Buena Vista.
En fin, mientras Osuna no entienda que el patrimonio es el acervo acumulado por la historia, la herencia directa de nuestros antepasados y siga anteponiendo el cortoplacismo de sus accidentales gobernantes, haciendo prevalecer sus políticas inmediatas, mirando solo al voto fácil y olvidando el bien común de nuestros mayores, seguiremos sufriendo la inmerecida gestión de quienes, sin saber cuidar lo propio, nos quieren vender la falacia de su alta capacidad para defender los bienes de todos. Ciertamente, la larga trayectoria temporal de esta villa sevillana, con tan gloriosa historia generada, se merece ya otra política más imaginativa y respetuosa con el pasado. Existe otra memoria histórica, mucho más atrás que la posterior a julio de 1936, que la ética de lo políticamente correcto no puede seguir ocultando con gestiones tan poco disculpables como la que ha afectado al desdoble de la Cuesta de los Cipreses, volviendo a poner en peligro el verdadero bien común que nos dejaron nuestros antepasados.
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