Bajo el título Siglo y medio después: Antigüedades Prehistóricas de Andalucía. Manuel de Góngora, 1868, el pasado 28 de noviembre, el Departamento de Prehistoria y Arqueología y la Facultad de Letras de Granada, tuvo a bien conmemorar tan importante efemérides con una conferencia temática bajo la responsabilidad de quien suscribe, en torno a la importante obra editorial sobre prehistoria que escribiera el pretérito profesor y decano de la Universidad de Granada. De la que en 2018 se cumplían ciento cincuenta años desde su primera edición.
El acontecimiento se celebró mediante un acto previo, con el que el Decanato de la Facultad se sumaba al mismo, dando a conocer e inaugurando en su sede un retrato de D. Manuel de Góngora y Martínez, decano que fuera de la institución, pero del que no se tenía todavía imagen alguna, y que fue presentado por la Secretaria del Decano, prof. Drª Dª Margarita Sánchez Romero.
Posteriormente, en el aula Federico García Lorca dio comienzo el acto académico con la presentación del mismo por parte de la Vicedecana de Actividades Culturales e Investigación prof. Drª Dª Ana Gallego Cuiñas, así como del catedrático de Prehistoria prof. Dr. D. Francisco Contreras Cortés, ante un nutrido grupo de oyentes, entre los que se encontraban profesores y alumnos del Máster de Patrimonio y Arqueología, impartido por el Departamento de Prehistoria.
GÓNGORA Y MARTÍNEZ, Manuel de. (1868): Antigüedades Prehistóricas de Andalucía. Monumentos, inscripciones, armas, utensilios y otros importantes objetos pertenecientes a los tiempos más remotos de su población. Imprenta a cargo de C. Moro, Madrid, 158 pp., 1 + 2 mapas a color, dos cromolinotipias y 149 figs.
Sin tener que parafrasear lo que ya escribimos en el primer acercamiento crítico a la obra que conmemoramos (Góngora, 1991), hace ya más de un cuarto de siglo, trataré de hacer algunas reflexiones que espero resulten más originales que lo que cualquiera haya podido alcanzar con sus lecturas directas sobre este asunto. No obstante, quisiera pedir disculpas si, pese a todo, esta pequeña aportación acabara siendo un completo déjà vu.
Iniciado el siglo XXI, la pasada primavera se alcanzó la efeméride de los ciento cincuenta años desde que la imprenta diese a la luz, por primera vez, el libro Antigüedades Prehistóricas de Andalucía, que un todavía joven catedrático en Granada, pero almeriense de Tabernas, había escrito después de recorrer media Andalucía a la búsqueda de vestigios prehistóricos. Con él trataba de complementar la visión sesgada de la historiografía anterior, más centrada en temas de la antigüedad clásica, pero desde un punto de vista más epigráfico y filológico, que arqueológico y, en todo caso, imbuida también de elementos míticos tan poco contrastables, como nada creíbles.
Visto desde ahora, Antigüedades podría parecernos el superficial acercamiento a una temática demasiado desconocida en la España de la segunda mitad del siglo XIX; pero esta mirada contemporánea resulta igualmente simple en su apreciación, porque el autor no resultaba ser tan sencillo cronista como hubiera podido parecer en un principio.
La vida de Manuel de Góngora y Martínez tampoco ofrece un perfil átono, como el de otros intelectuales coetáneos. Vivió en un siglo novecentista que había frustrado los deseos revolucionarios y renovadores de una ilustración afrancesada, bajo la brutal ignorancia y miopía de un absolutismo monárquico que se resistía, a sangre y fuego, a su inevitable desaparición. Personalmente, tampoco puede olvidarse, que D. Manuel estuvo dotado de una profunda ambición, lo que le permitió recorrer muchos de los escalones académicos previstos en la organización educativa, cultural y administrativa de entonces, alcanzando no solo la cátedra granadina de Historia, sino el decanato de la Facultad de Letras.
Ese mismo espíritu inquieto de su extenso currículo fue el que debió aplicar a su denodado interés recopilatorio de sitios con valor prehistórico y arqueológico, aportando innumerables datos que apoyaban las razones dinamizadoras de la nueva ciencia antehistórica. Todo, frente a los viejos cronicones que, hasta entonces, habían explicado las épocas más antiguas de nuestro pasado, sin ningún sentido crítico ni objetivo. Es probable que Góngora ya conociese algunas publicaciones científicas previas en las que se había empezado a formalizar la estructuración de los tiempos prehistóricos. Así, la de Jacques Boucher de Perthes (1847-1864), cuyo acceso pudo facilitarse gracias a sus relaciones con la Real Academia de la Historia. Allí, su valedor Aureliano Fernández Guerra llegó a nombrarle inspector de Antigüedades de Granada y Jaén (1858) con el beneplácito de aquella Real Institución. Idéntico conducto que relacionaría a nuestro autor con otra de sus lecturas formativas, constituida por el caso de un tratado más reciente, que pudo leer en su primera edición francesa, ya que se habría editado dos años antes que Antigüedades. Su responsable fue el estudioso anglosajón John Lubbock (1866), y se trató de una obra donde ya se sistematizaban, tanto Paleolítico como Neolítico, y cuyo autor el propio Góngora señala conocer en su libro.
Lo que sí parece evidente es que, atendiendo al concepto que ahora tenemos sobre lo que es la arqueología y el arqueólogo, pero sin el bagaje de las tecnologías contemporáneas, Góngora acabó convirtiéndose en un destacable prospector, poseedor de una intuición fuera de lo común y una capacidad para la identificación, de lo que hoy llamaríamos bienes patrimoniales, únicos. Algo que desarrolló no solo en los aspectos propiamente prehistóricos, sino en los histórico-artísticos, como cabe deducir de lo ocurrido con el Arco de las Orejas de Granada, cuyo intento de derribo en las inmediaciones de la plaza de Bib-Rambla, fue contestado por D. Manuel a la cabeza. De manera que en 1873, reunía a la Comisión de Monumentos de Granada para pedir al Director de la Real Academia de la Historia que enviase una segunda comisión y expresara al Ministerio de Gobernación la disconformidad de la primera con aquel derribo. Pese a que toda la demanda se gestó bajo la dirección del académico y arabista Pascual de Gayangos y Arce, sus esfuerzos ante el Gobierno fueron vanos y la monumental puerta sur de la Granada nazarí fue desmontada y trasladada al bosque de la Alhambra, donde todavía sigue.
Lo que sí parece evidente es que, atendiendo al concepto que ahora tenemos sobre lo que es la arqueología y el arqueólogo, pero sin el bagaje de las tecnologías contemporáneas, Góngora acabó convirtiéndose en un destacable prospector, poseedor de una intuición fuera de lo común y una capacidad para la identificación, de lo que hoy llamaríamos bienes patrimoniales, únicos. Algo que desarrolló no solo en los aspectos propiamente prehistóricos, sino en los histórico-artísticos, como cabe deducir de lo ocurrido con el Arco de las Orejas de Granada, cuyo intento de derribo en las inmediaciones de la plaza de Bib-Rambla, fue contestado por D. Manuel a la cabeza. De manera que en 1873, reunía a la Comisión de Monumentos de Granada para pedir al Director de la Real Academia de la Historia que enviase una segunda comisión y expresara al Ministerio de Gobernación la disconformidad de la primera con aquel derribo. Pese a que toda la demanda se gestó bajo la dirección del académico y arabista Pascual de Gayangos y Arce, sus esfuerzos ante el Gobierno fueron vanos y la monumental puerta sur de la Granada nazarí fue desmontada y trasladada al bosque de la Alhambra, donde todavía sigue.
De todos modos, tal caracterización del personaje tampoco debe provocarnos ninguna sospecha, porque las circunstancias históricas en que se desenvolvió nuestro autor hubieron de facilitar su labor como arqueólogo y gran descubridor de elementos patrimoniales. Se trata del profundo proceso de desamortización que desencadenaron, tanto Juan Álvarez de Mendizábal como Pascual Madoz a lo largo del XIX, y cuyos efectos -entre otras cosas- sirvieron para liberar una enorme cantidad de propiedades rústicas para la práctica agrícola y la deforestación; pero, también, para favorecer un acceso mucho más fácil y expedito de cara a las exploraciones de cualquier tipo. Góngora debió de aprovechar ese espacio ignoto que se ofrecía a su curiosidad científica y en el que pudo aplicar sus conocimientos histórico-arqueológicos sin ninguna limitación y con excelentes resultados, como muestra generosamente el propio contenido de hallazgos muebles y de sitios arqueológicos que conforman su Antigüedades.
Sin necesidad de ser totalmente literales en la larga nómina que allí se recoge, de la inmensa cantidad de datos sobre sitios y descubrimientos arqueológicos que Góngora fue capaz de recopilar, destacaron algunos inéditos que todavía hoy siguen mostrando interés entre los investigadores contemporáneos. Sorprenden, así, los hallazgos de la Cueva de los Murciélagos de Albuñol, a los que el autor dedicó dos exquisitas cromolinotipias coloreadas, que hicieron cumplido honor a unos abundantes vestigios entre los que destacaban muchos de origen vegetal, tan extraordinariamente conservados que, aún hoy, siguen deleitando en el MAN por su belleza de ejecución y excelente conservación, pese a tratarse de objetos de época neolítica con una antigüedad de más de seis milenios.
Pero también se hablaba allí de los dólmenes de Antequera, de la enorme riqueza de las Peñas de los Gitanos de Montefrío, de otros vestigios de Huélago, Gorafe y Laborcillas, de las pinturas rupestres de Vélez-Blanco, de los desaparecidos dólmenes de Dílar, de la posible ubicación de Ilurcon, y de tantas y tantas otras cosas de mayor o menor apreciación y comprensión. Muchos nombres, lugares y objetos que mostraban un infatigable recorrido geográfico por tierras de Granada, Jaén y Almería, el auténtico espacio territorial que Góngora había querido explorar, centrado en lo que había sido el Antiguo Reino de Granada. De ahí había surgido el frustrado título de su libro, Antigüedades de los primitivos pobladores del territorio granadino, cambiado a última hora por la directa intervención de una Real Academia de la Historia, más preocupada por la mayor proyección de una obra que, en sí misma, no hubiera necesitado tanta mudanza.
Pese a aquella falseada ampliación nominal de la geografía objeto de estudio, la acumulación de datos aportados por un espacio mucho más reducido fue de tal volumen, que probablemente no tuvo el autor tiempo ni de incluirlos todos en su publicación original. Y lo fue hasta tal punto, que su libro no tardó en tener que completarse con el añadido que supuso un auténtico opúsculo, que el autor dio a la imprenta dos años más tarde de la primera entrega (Góngora, 1870). El título de esta adición expresa fielmente la relación con su predecesor editorial, manifestando otra vez con ello la inquietud de un investigador que en pocos casos pareciera capaz de quedar satisfecho con lo que acababa de hacer. Pero, tampoco, de estarse quieto, nunca dejando de explorar yacimientos inéditos que, dadas las circunstancias de la época, no parecían tener fin.
Desde la vertiente exclusivamente editorial, tuvo que transcurrir un siglo y veintitrés años, hasta que una iniciativa en la que fui partícipe (Pastor y Pachón, 1991) pudiera materializar la publiación comentada y facsimilar de la obra de Góngora. Dada a la luz por la Universidad de Granada en el nº 27 de su colección Archivum, sufrió como su homóloga la circunstancia de quedar agotada hace ya tiempo. Y, hasta aquel entonces de principios de los noventa, quizás fuese la única ocasión en que se acometió la empresa de incluir, junto al facsímil, un estudio preliminar que abordaba en una obra de contenido prehistórico un acercamiento biográfico del autor, junto a un análisis con carácter crítico de la vieja publicación.
Posteriores y más numerosos proyectos solo optaron por la recuperación del texto decimonónico. Pero, entre ellos, debe hacerse la salvedad del que publicara la Real Academia de la Historia, dieciséis años después de nuestro estudio, con motivo de la Feria del Libro del año 2007, atendiendo al encargo que el ínclito profesor D. José Manuel Gómez-Tabanera hiciera a la no menos conocida Dª Ana María Muñoz Amilibia. Aunque quizás acabara siendo un intento algo fallido de lo que pudo pretenderse, porque aquella introducción no pasó de ser, en gran medida, una versión bastante abreviada de lo que ya se había publicado. Bien es verdad, que añadió una anécdota atribuible al granadino D. Manuel Gómez Moreno que, con motivo de las Antigüedades de Góngora y de los magníficos hallazgos de los Murciélagos de Albuñol, no tuvo reparos en mofarse de otros prehistoriadores y de la misma buena fe de nuestro autor, por considerar neolítico todo lo hallado, cuando –según él– la mayor parte de lo encontrado había sido recogido en tiempos del propio Góngora por las casas de Albuñol. Afortunadamente, las mediciones radiológicas que hicieron hace tiempo Cacho, Papí, Sánchez y Alonso (1996) pusieron las cosas en su sitio, devolviéndole a aquellos venerables restos la consideración de antigüedad (5200-4600 a.C.) que la certera perspicacia de Góngora había sabido capaz de valorar más acertadamente que las insidiosas apreciaciones de Gómez-Moreno.
Este relato sirve para situar mejor a D. Manuel de Góngora en el espacio intelectual que le corresponde, considerando la indigencia que los estudios prehistóricos aún mostraban en la España de aquel entonces. Debe tenerse en cuenta que, en este sentido, con las lecturas de Bucher de Perthes o Lubbock, su concepción de la época prehistórica debió estar suficientemente conformada, probablemente en un nivel suficientemente elevado, respecto del que podían mostrar otros estudiosos del momento en nuestro país. En ese sentido, Antigüedades debe entenderse como un precedente, no solo cronológico de las primeras grandes obras que trataron la prehistoria de España y que ya se debieron a los hermanos Siret, en cuyos escritos puede rastrearse el recuerdo hacia el viejo maestro español, así como el de muchas de las estaciones arqueológicas que él recorriera. Pasado algo menos de medio siglo, la obra recopilatoria de Luis Siret (1913) recogió un sinfín de datos de Antigüedades, citando a nuestro insigne decano, quien ya no sería olvidado tan fácilmente.
La propia Facultad de Letras de Granada, cuantos profesores del ramo recorrieron sus aulas, dígase M. Pellicer, A. Arribas y los todavía docentes en la misma, en el actual Departamento de Prehistoria y Arqueología, han contado entusiastamente con las exploraciones arqueológicas de Góngora para desarrollar programas de investigación que han reportado excelentes resultados al desarrollo de la disciplina en lugares conocidos por nuestro viejo autor, como Montefrío, Laborcillas, Gorafe, etc. Demostrando, así, que la semilla que implantara don Manuel con sus estudios prehistóricos ha sido extremadamente fecunda, sin que nunca cayera en terreno yermo. Siendo capaz de generar otros góngoras, claves para prolongar, engrandecer y entender su obra.
Convendría, pues, hacer una mínima reflexión sobre lo que siguen representando Antigüedades y Manuel de Góngora, respecto a una doble tendencia. Una, la tradición, recogida en la narración del contenido, que sigue las pautas de los libros de viajes propias de la herencia ilustrada, como lo fue el más antiguo libro de Antonio Ponz (1772-1794). Dos, la modernidad, reflejada en las aportaciones al conocimiento de la prehistoria hispana, como nunca se habían recogido en ninguna otra publicación anterior, ni de su época. A ello se unió una metodología usada para su conocimiento: dibujos, grabados y un claro apoyo en la fotografía, que luego continuaría en otras obras inéditas, como el que recoge su viaje realizado por la provincia de Jaén. Moneda corriente hoy en cualquier investigación de esta temática.
Góngora, en definitiva, fue un intelectual a caballo entre dos mundos y reflejo fiel de una sociedad sometida a profundos cambios, tal como exigían los nuevos tiempos frente al inmovilismo del pasado. Su obra supo recoger ambas cosas, de modo que las novedades afloran como un raudal de aire fresco a lo largo del centenar y medio de páginas que conforman su estudio. De ahí su vigencia, que finamente apuntó Eduardo Saavedra (1869: 10), también miembro de la Real Academia de la Historia, en unas palabras que dedicó a Manuel de Góngora con motivo de la publicación de Antigüedades y que, en gran medida, podemos hoy seguir asumiendo:
«... el amor a la ciencia y la fe en sus principios.
Ésta es la cualidad que resplandece en el Sr. D. Manuel de Góngora, y merece por ella un aplauso de su país y los plácemes de los amantes de las letras. Despreciando molestias, desafiando peligros, venciendo dificultades y arrostrando la decepción unas veces, el ridículo otras, el modesto catedrático de Granada, repuesto apenas de las fatigas que el aula procura al hombre pundonoroso, ya corría a las breñas de Albuñol a descubrir una antigua tribu que vestía de esparto, ya paseaba las vegas y barrancos del territorio granadino, catalogando, midiendo dólmenes o ciclópeas murallas, o penetraba en escondidas cavernas para sorprender ignorados signos de gentes más ignoradas todavía. Los anticuarios de gabinete son numerosos; los que viajan en ferrocarril no son escasos; los que trepan a pie por riscos y barrancos son muy contados, y a esa clase pertenece Góngora; clase llana por sus maneras y costumbres, aristocrática por su inteligencia y altos fines.
Hoy que en España, como fuera de ella, no se quieren ya reconocer otros fueros que los de la ciencia, ni otra aristocracia que la del talento, ni otros méritos que los del trabajo, el Sr. Góngora está de enhorabuena: nació su libro precisamente, tras largos afanes, la víspera del día en que podía ser comprendido y apreciado. Como hombre de gusto y con artística intención, ha hecho que todo conspire al fin patriótico que se había propuesto: la parte material, por su lujo y elegancia, corresponde a la solidez y buen método de la composición literaria; los grabados son excelentes y profusos, las láminas coloreadas, llenas de interés, y hasta el papel se ha hecho expresamente para la obra en las fábricas de esa Andalucía que debía ilustrarse en sus páginas. La nación no puede mirar con indiferencia trabajos como este: antes era la nación un grupo de personas o un ministerio; hoy es el público, y creemos que no dejará sin el premio de su atención los prolijos desvelos del autor cuyo libro hemos dado a conocer».
Y Saavedra, tenía razón, ciento cincuenta años después vuelve a concitarnos el mismo motivo, las Antigüedades Prehistóricas de Andalucía, de don Manuel de Góngora y Martínez, catedrático y decano en Granada. Pero, por encima de todo, prehistoriador.
Bibliografía
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CACHO, C., PAPÍ, C., SÁNCHEZ, A. y ALONSO, F. (1996): La cestería decorada de la Cueva de los Murciélagos (Albuñol, Granada), Complutum Extra, 6 (I), pp. 105-122.
GÓNGORA, M. de (1870): Antigüedades Prehistóricas de Andalucía: Cartas sobre algunos nuevos descubrimientos.
LUBBOCK, J. (1867): L’homme avant l’histoire, étudié d’après les monuments et les costumes retrouvés dans les différents pays de l’Europe. Suivi d’une description comparée des moeurs des sauvages modernes. Germer-Baillère, Paris.
MUÑOZ, A. M. (2007): Prólogo a Antigüedades Prehistóricas de Andalucía. Real Academia de la Historia, UNED, Madrid.
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PONZ, A. (1772-1794): Viage de España, en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella. Viuda de Ibarra, Hijos y Compañía, Madrid.
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SIRET, L. (1913): Questions de chronologie et d'ethnographie ibériques. Tome I. De la fin du Quaternaire à la fin du Bronze. Paul Geuthner, Paris.
Juan A. Pachón Romero
Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino
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