martes, 26 de abril de 2022

NUESTRA ÚLTIMA APORTACIÓN A LOS CUADERNOS DE LOS AMIGOS DE LOS MUSEOS DE OSUNA

 EL ORIENTALIZANTE EN OSUNA:
NUEVAS OPORTUNIDADES PATRIMONIALES PERDIDAS

    Esta reciente contribución a la revista patrimonial de referencia de la villa de Osuna (Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna), en su último número (23, pp. 66-77) de diciembre de 2021, viene al caso recordarla, porque, casualmente, durante los meses de marzo en adelante y todavía en curso, en uno de los sitios que destacábamos en nuestro trabajo con hallazgos de carácter orientalizante, la fortuna ha querido que se hayan descubierto más vestigios de esa índole cultural, con el añadido de que probablemente sean de carácter funerario. Pese a que en el trabajo que reproducimos expresábamos el lamento por las oportunidades perdidas para la recuperación de las referencias patrimoniales de época tartésica, fenicia y orientalizante, en general, los importantes descubrimientos que ahora se están produciendo, quizás mitiguen los déficits que en este análisis exponíamos. Por ello, vamos a reproducir literalmente el contenido de nuestro artículo, para que nos sirva de base respecto de la información posterior que iremos dando sobre la nueva situación arqueológica que en Osuna parece producirse con los hallazgos que siguen realizándose en la zona de los depósitos de agua, donde ya situábamos un espacio antropizado de época orientalizante que, aunque presumíamos urbano, podría decantarse por un área estrictamente mortuoria, al menos en ese momento cronológico.
Primera página de la publicación de referencia, en Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, 23 (2021), pp. 66, 77.


1. Peine de marfil (cara B) y figura de bronce del ajuar funerario de la sepultura A del Garrotal de Postigo de Osuna, excavado por Arthur Engel y Pierre Paris en 1903. Imágenes de J. A. Pachón, a partir de los originales, respectivos, de Réunion des Musées Nationaux (D. Arnaudet & J. G. Berizzi) y de la Colección fotográfica de J. Bonsor (nº 720).
 

    La fase orientalizante de la historia antigua de Osuna está atestiguada desde hace bastante tiempo, gracias a las tumbas de inhumación (Figs. 1 y 3) que las investigaciones francesas de 1903 dejaron al descubierto al exhumar la muralla sobre la que combatieron cesarianos y pompeyanos (Engel y Paris 1903: 479 ss., pl. XXXVIIIA y XXXIXB; Ídem 1999; Pachón y Ruiz Cecilia 2005: 406 ss.) y sobre las que hemos dado alguna noticia novedosa en otras entregas de esta misma publicaciónseriada (Pachón 2010: 52-53, fig. 7). Otra parte de cierto interés sobre este período procede de hallazgos ocasionales, debidos a prospecciones superficiales en distintos momentos de la investigación, con recuperaciones menos significativas que las funerarias de principios del XX, pero totalmente ilustrativas de este crucial periodo de nuestra protohistoria, como luego señalaremos.

    Aunque, quizás, la aportación más interesante se alcanzó con los hallazgos que se produjeron en las labores de seguimiento y documentación que al inicio de este nuevo siglo se produjeron en la Cuesta de los Cipreses (Ruiz Cecilia 2001), donde se documentó un registro arqueológico bastante amplio, pero muy complejo, ya que la zona del hallazgo acumulaba evidencias de prácticamente un milenio de ocupación habitacional del yacimiento. Pero este sitio, representa frente a todos los anteriores, el añadido de haber aportado elementos materiales susceptibles de proporcionar dataciones absolutas, para fechar algunos de los hallazgos y establecer jalones cronológicos fiables, como nunca antes había podido disponerse en Osuna, incluyendo el periodo de tiempos orientalizantes, que aquí nos ocupa. Momentos que anteriormente se habían datado con referencias indirectas, mediante cronología relativa, por asociación con otros hallazgos arqueológicos conocidos en otros sitios mejor fechados que los de nuestro yacimiento.

    Las condiciones en que se desarrollaron aquellas investigaciones de la Cuesta de los Cipreses, limitadas espacialmente por la escasa extensión del terreno explorado, tanto en longitud como en amplitud, así como por las propias características geológicas del sitio, impidieron obtener una secuencia arqueológica todo lo precisa que se esperaba, que se vio mermada por la reducción resultante de hallazgos materiales. Por ello, esta investigación quedó a expensas de que en un futuro pudiera extenderse la zona explorada, cuando las circunstancias permitieran analizar espacios como el de la propia calle que delimitaba por el sur y el oeste los espacios que en 1988/89 se analizaron.

    Las condiciones propicias parecieron darse en la primavera del año 2021, por el proyecto de remozado del pavimento integral de esa calle, en la que se programó el cambio de la calzada anterior asfaltada por un nuevo solado de adoquines, más apropiado en la zona monumental de la villa de los Girones. Pero la realidad, tozuda, ha vuelto a frustrar esas expectativas patrimoniales tan oportunas.


TOPOGRAFÍA ORIENTALIZANTE DE OSUNA

 

2. Osuna. Reparto de los hallazgos orientalizantes más significativos del yacimiento: 1. Garrotal de Postigo; 2. Necrópolis del Camino de Granada; 3. Ladera norte de La Quinta; 4. Depósitos de Agua; 5. Cuesta de los Cipreses; 6. Vertiente meridional y occidental de La Carpintería/La Quinta. © J. A. Pachón, a partir de un original del Mapa Topográfico Nacional de España.

   Hemos querido recoger, de manera sucinta, aquellos sitios dentro del yacimiento donde hay constancia de hallazgos orientalizantes: algunos más reconocidos y otros por conocer, al menos entre la gran mayoría de los lectores. Los hemos situado en un mapa topográfico de Osuna (Fig. 2), presentándolos en orden numérico desde la parte superior de la imagen hasta la inferior, sin ningún criterio cronológico. Pero también aprovecharemos para hacer una relación explicativa y selectiva de los mismos, en función de las posibilidades futuras de investigación que ofrecen sus lugares de aparición. De esta manera, podremos apreciar en su justa medida la trascendencia de la última ocasión perdida para la profundización del conocimiento y de la investigación de este periodo tan antiguo de la historia pasada de nuestra patria chica.

    El número 1 de dicho mapa recoge una serie de hallazgos patrimoniales de carácter funerario, pero divididos: entre ajuares depositados en ciertas tumbas y estructuras sepulcrales de las que no hemos podido llegar a conocer sus contenidos. Conocidas desde 1903, las tumbas orientalizantes del Garrotal de Postigo señalaron la existencia en ese sitio de una necrópolis con tumbas individuales excavadas en la arenisca, pero en la que pudo haber una segunda sepultura más monumental que los investigadores franceses no supieron interpretar convenientemente (Pachón 2008: fig. 7) y otra tercera que dio a la luz la excavación de R. Corzo setenta años después (Corzo1977: lám. VII), que también llegamos a revisar nosotros mismos (Pachón 2008: fig. 1).Aquí en la figura 4.

     Las últimas investigaciones dejaron claro su relación temporal con la época orientalizante, pero el volumen de las dos sepulturas monumentales ilustran la existencia en este sitio de un espacio mortuorio de gran interés cultural y patrimonial que está mínimamente investigado, ya que buena parte del Garrotal de Postigo no se estudió, como demostraría la pequeña exploración que el propio Corzo investigó posteriormente, descubriendo un área totalmente inédita, hacia el mediodía del cambio de vertiente donde actuaron los franceses. Una constatación que no es de extrañar, sabedores del hecho de que el contrato de explotación que Arthur Engel había firmado con F. Postigo se rompió abrupta y unilateralmente por este último, sin haber concluido el proyecto de los arqueólogos galos, con lo que una superficie importante del terreno se dejó sin analizar de ninguna forma.

3. Izquierda: parte del ajuar orientalizante de la tumba B del Garrotal de Postigo, consistente en un pequeño alabastrón y un collar de cuentas vítreas (© A partir de Engel y Paris 1906; pl. XL). Derecha: tumba B, recuperada en la base rocosa de la sección transversal que se realizó en la muralla Engel/Paris, señalada por la presencia de uno de los personajes de aquella excavación, Fernando Gómez Guisado (© Colección fotográfica de P. Paris, Casa de Velázquez, Madrid, imagen 2-29).

     Sobre la potencialidad patrimonial que este espacio representa, cabe significar que desde 1973 no se han practicado investigaciones directas sobre el sitio, por lo que las posibilidades con resultados positivos en una futura excavación in extenso del sitio siguen siendo muy prometedoras; pese a que el célebre garrotal de principios de la centuria pasada esté perdido desde finales de los sesenta del mismo siglo y sin que los efectos negativos de su desaparición incontrolada se llegasen a estudiar nunca. El interés del lugar puede rastrearse en el contenido de las figuras 1 y 3-4, donde hemos tratado de recopilar casi completamente todo lo que conocemos con seguridad que se ha detectado, tanto de sus contenidos arqueológicos, como en lo estructural (básicamente infraestructuras funerarias).

4. Grandes infraestructuras funerarias orientalizantes del Garrotal de Postigo: excavaciones de 1903 (arriba) y 1973 (centro y abajo). © J. A. Pachón, excepto R. Corzo (centro y abajo, derecha).

     La existencia del subterráneo, que también creemos de carácter funerario, que se exhumó en 1903 y el que evidenciara la investigación de R. Corzo, setenta años después (Fig. 4), mostraría que la necrópolis orientalizante de Osuna, radicada por esta zona del Garrotal de Postigo, tendría un carácter de monumentalidad que no había quedado del todo claro en las primeras investigaciones. Un hecho que apuntaría a la presencia de un espacio funerario de gran importancia, acorde con el volumen que presumimos para el hábitat que representaría la Urso de aquella época, cuya extensión superficial ocuparía una amplia área meridional del yacimiento, que debía abarcar las alturas actuales de la Colegiata, la antigua Universidad, Paredones, probablemente la zona de los depósitos de agua y las elevaciones de la Carpintería y de la Quinta. Conjunto con el que hablaríamos de una población extendida por una trama urbana, más o menos continua, de alrededor de kilómetro y medio de longitud y no menos de doscientos a trescientos metros de anchura en las partes menos amplias. Estas dimensiones aproximadas estarían dando una superficie de treinta a cuarenta y cinco hectáreas (de 300.000 a 450.000 metros cuadrados) que, para una localización urbana de esta época es bastante considerable, aunque no sea un dato que resulte del todo excepcional en los bordes y en la misma campiña del Guadalquivir.

     Piénsese que, en los estudios de conjunto sobre extensiones de sitios prerromanos habitados de la Península, para momentos comparables a lo orientalizante de Osuna y hasta época ibérica, las superficies más amplias que han podido medirse estarían aludiendo a lugares comprendidos entre una extensión máxima de 499.000 m2, como encontramos en Carmona, o superficies algo menores como ocurre en el Alto Guadalquivir, en Cástulo con 440.000 o en la Baja Andalucía, en Mesas de Asta con 420.000 (Moret 1996: 135-139, tab. 15).

     Sobre la auténtica extensión de la necrópolis, correspondiente al gran poblado de la Urso orientalizante, sabemos relativamente poco, salvo su situación en el desaparecido garrotal de Postigo y la suposición de que alcanzase áreas adyacentes, como el más oriental garrotal de Engel (Jofre et al. 2008). Pero ocupando un espacio coincidente con lo que conocemos en otros lugares coetáneos, donde los ámbitos funerarios cubrieron colinas enfrentadas a los altos oteros urbanos de sus correspondientes ciudades. En Osuna, hay constancia de que este reducto necropolar acabó extendiéndose hacia el este por la parte septentrional del camino de San José (Pachón 2011); pero también por el sur, a uno y otro lado del camino de Granada, donde la necrópolis rupestre romana, más tardía (Pachón y Ruiz Cecilia 2006), desdibujó las evidencias preibéricas más antiguas, de las que solo nos han quedado muy escasos, pero significantes, vestigios de su presencia. Aunque no solo evidencias de su cultura material, sino también de sus estructuras arquitectónicas (Figs. 2,2 y 5). Así, precisamente en el margen sur de la vereda de Granada, justo a la altura de la necrópolis de las Cuevas, son patentes algunas estructuras funerarias rupestres que pueden paralelizarse con sepulturas orientalizantes que, probablemente, se reutilizaran hasta época romana, pero que guardan una contrastada herencia orientalizante (Pachón 2010: 50 ss; fig. 2, arriba).

5. Estructura sepulcral de la Vereda de Granada y el detalle de
una de sus tres dependencias laterales abovedadas. © J. A.
Pachón, 2010 y 2021.

     Respecto de la necrópolis de los garrotales, esta segunda zona funeraria quizás sea la menos proclive a que, en un futuro, su incorporación completa a los espacios patrimoniales públicos, así como la perspectiva de una nueva investigación arqueológica, acabe dando resultados excesivamente espectaculares, ya que pese a lo que aún desconocemos es quizás el área más estudiada del patrimonio arqueológico de Osuna, desde su temprana y exhaustiva exploración del siglo XVIII hasta su último análisis global (Pachón y Ruiz Cecilia 2006). Pese a todo, su reexcavación, limpieza, conservación y determinación de trazas estructurales, es una labor pendiente para la imprescindible recuperación del patrimonio arqueológico local.

     Los siguientes números (Fig. 2: 3 a 6) reflejan un carácter común que serían los hallazgos cerámicos relacionados con lo orientalizante, aunque dejaremos para después el comentario del quinto referente, por las implicaciones que para el objetivo final del trabajo tiene, además de evidenciar otros vestigios estructurales de distinta relevancia, sin ser especialmente únicos.

     Así, el número tres recogería espacialmente los epígonos dimensionales de la gran necrópolis de la antigua Osuna, donde una prospección con sondeos puso al descubierto algunas sepulturas excavadas en la roca, que podrían compararse con las exhumadas en 1903, aunque ya profanadas de antiguo (Vargas y Romo 1993). La falta de ajuares mortuorios se complementó con hallazgos residuales de materiales arqueológicos que se compaginan perfectamente con la época orientalizante, como luego se confirmará con lo recuperado al otro lado de esta cota topográfica, precisamente en el lugar correspondiente al número seis.

     Por su parte, en el número cuatro se indica otro espacio arqueológico de la vieja Urso, donde tuvieron lugar unas excavaciones arqueológicas inéditas que solo conocemos por la referencia que de ella se hace en la tesis del dr. J. I. Ruiz Cecilia, reconstruyendo aquella desconocida investigación (Ruiz Cecilia 2015: 763 ss). Aunque los contenidos materiales de la citada exploración fue realizada en la cota topográfica correspondiente al espacio intermedio entre los dos depósitos municipales de agua, junto al anexo de las Alcaidías, supone un complejo repertorio de la práctica totalidad de la secuencia cultural que conocemos en la mayor parte del yacimiento arqueológico de Osuna. En esta limitada contribución solo vamos a centrarnos en algunos de los elementos materiales que mejor reflejan ese momento orientalizante, que aquí queremos destacar.

     De esos materiales queremos destacar el hallazgo fragmentario de unas cerámicas pintadas policromas con motivos figurativos, cuyos paralelos más cercanos, en lo que respecta a la geografía, podemos encontrarlos en otras recuperaciones similares de los yacimientos de Camorra y Cerro Alcalá, en Osuna (Pachón et al. 1989-90: 221 ss., fig. 4D1); Cerro Gordo, en Gilena (De la Bandera et al. 1989) y San Cristóbal, en Estepa (Juárez 2005); así como en el vaso chardón que se conserva en el Museo Arqueológico de nuestra villa (Pachón y Aníbal 1999 y 2000). Mayormente proceden de la excavación del Depósito de Agua (Fig. 6).

6. Vajilla orientalizante procedente del Depósito de Agua de Osuna: 1-2. Paredes de cerámicas pintadas figurativas (cortes 2 y 4); 3-5. Borde, cuellos y fondo de jarros piriformes fenicios (cortes 2 y 4), junto a la reconstrucción hipotética de uno de ellos. Según J. I. Ruiz Cecilia (2015: 930-31, 950 y 953) y J. A. Pachón, 2021.


     Entre esos materiales, serían característicos del periodo los fragmentos de cerámicas pintadas con policromía, cuyos motivos decorativos no hemos podido estudiar debidamente aquí (Fig. 6: 1-2), pero que siguen la pauta conceptual y compositiva de los modelos más conocidos y mejor conservados, como sabemos por las ánforas pintadas de Carmona (Belén et al. 2004). Una serie de bandas figurativas en las que se pintaron procesiones de animales fantásticos, acompañadas por toda una gama decorativa de cariz vegetal, en la que abundan las representaciones de lotos y otros motivos geométricos más variados; dentro de una iconografía que cada vez conocemos mejor (Le Meaux 2010).

     En el caso de estos hallazgos de Osuna, también hemos encontrado hasta tres fragmentos de pequeños vasos cerámicos, de carácter cerrado (Fig. 6: 3 a 5), cuya forma remite a recipientes muy característicos de los repertorios arqueológicos cerámicos fenicios (Fig. 6: derecha). Fabricados en distintas arcillas: sin tratamiento, pintadas o de engobe rojo, disponen de una enorme variabilidad formal por todo el Mediterráneo, como podemos ver con abundancia en el concreto repertorio chipriota (Bikai 1987: lám. VIII ss.). En nuestro caso no nos ha sido posible reconocer directamente los casos analizados, por lo que no sabríamos a qué grupo concreto pertenecieron, aunque su naturaleza no nos ofrece dudas sobre su correspondencia cultural con el resto de materiales pintados que hemos destacado.

     Su procedencia de dos cortes de excavación diferentes (2 y 4), así como de distintos niveles estratigráficos (2, 4 y 7), junto a su asociación con materiales arqueológicos mucho más modernos, arroja demasiadas dudas sobre la bondad de los contextos de origen respectivo. Por ello, es imposible deducir otras consecuencias de trascendencia sobre la naturaleza de su presencia en el sitio, sin mayores datos respecto de su trayectoria deposicional, de su posible localización primaria o secundaria, incluso de si pudieron representar el origen de la ocupación humana en esta parte pretérita de la antigua Urso. Sin embargo, es evidente que se trata de certezas muy significativas sobre la existencia de un hábitat ya consolidado para este momento, que nosotros preferimos seguir llamando orientalizante; aunque tendencias bastante recientes apuesten mejor por la denominación de tartésico (Rodríguez, 2020: 114-119).

     Por otro lado, la constatación de estos hallazgos ayuda a situar, no solo a localizar puntualmente, los distintos sectores de uso del más antiguo núcleo urbano conocido en el yacimiento. Los números uno, dos y tres, se corresponderían con el espacio necropolar, la ciudad de los muertos; mientras que el número cuatro, empezaría ya a dibujar el auténtico espacio urbano, la ciudad de los vivos.

     En cuanto a su potencialidad, medida en valor arqueológico futuro, su verdadera dimensión no podrá constatarse sin que desarrollemos en esta zona un proyecto de excavaciones sistemáticas en extensión, salvando las puntuales investigaciones y actuaciones clandestinas que se han llevado a cabo, pero que no han servido para alcanzar un conocimiento exhaustivo de la secuencia cultural que sabemos se contiene en estos lugares. En este sentido, debe tenerse en cuenta que también la misma zona es el solar de la colonia romana de Osuna, por lo que una excavación en extensión futura estaría muy limitada superficialmente por la presencia de los restos arquitectónicos del propio urbanismo colonial y, temporalmente, por la necesidad obligada de conjugar la presencia de esos restos y los factibles espacios de exploración viables para los rellenos arqueológicos subyacentes.

     Afortunadamente, el ámbito urbano de los restos prerromanos en Osuna se extienden mucho más hacia oriente que los vestigios documentados en Alcaidías y Depósito del Agua (Fig. 2: 6), alcanzando la cota 359 de lo que conocemos topográficamente como Carpintería/La Quinta y que ya habíamos analizado hace más de un decenio en este mismo espacio editorial (Pachón 2009). De aquel estudio, basado en una exploración superficial de campo no invasiva, interpretación fotográfica de elementos estructurales emergentes y estudio historiográfico comparado, pudimos extraer la conclusión de que la ciudad, que había venido enterrando a sus difuntos en el Garrotal de Postigo y alrededores, se había erigido en esas elevaciones de La Quinta y espacios anexos, extendiéndose probablemente hasta las alturas más a occidente de Los Paredones.

     La comprobación de su existencia, en tan lejanas fechas de la época orientalizante, vino corroborada por la presencia de elementos cerámicos coetáneos de aquella etapa y que conocemos perfectamente porque también abundan en otras estaciones arqueológicas del mundo fenicio peninsular, así como de su hinterland y territorios conexos, como lo fueron los del valle del Guadalquivir y las campiñas aledañas, de las que igualmente formó parte la geografía propia de aquella Osuna.

7. Cerro de la Quinta, Osuna. Fragmentos cerámicos de raigambre fenicia, acordes con el fenómeno orientalizante. Izquierda: cuello de ánfora lisa de hombro marcado. Centro: cuerpo y pie de cuenco trípode liso. Izquierda: asa trífida de pithos habitualmente pintado con bicromía. © J. A. Pachón, 2009 y 2021.

     Esos vestigios cerámicos los hemos recogido nuevamente (Fig. 7) para esta ocasión, seleccionándolos de entre el más amplio repertorio material que habíamos publicado en aquel entonces, pero que reflejaba buena parte del más amplio espectro cultural y temporal que se ha llegado a reunir en esa parte del yacimiento arqueológico ursaonense (Pachón 2009: fig. 5).

     De esos materiales cerámicos deberíamos destacar los siguientes: el fragmento de cuenco trípode (Fig. 7: centro), del que ya se ha defendido su importancia dentro de los repertorios de la vajilla cerámica fenicia o de asimilación indígena, en relación con el consumo de vino y su trascendencia en las actividades comerciales y productivas de carácter enológico en la costa mediterránea peninsular (Vives-Fernández 2004). Pero, sin olvidar, que también pudo haber tenido un uso complementario en los alfares de la época, como recipiente ad hoc para la preparación de los engobes con los que se decoraban las producciones cerámicas pintadas del momento, generadas en los propios talleres cerámicos. Un dato de enorme interés para la comprensión de los centros alfareros de la época, su funcionamiento y distribución por la Península, tal como pusimos de manifiesto hace ya bastante tiempo (Pachón y Carrasco 1992: 345). Más tarde, se hicieron eco de esta interpretación otros investigadores de yacimientos nucleares del horizonte colonial fenicio peninsular, como el del Cerro del Villar, en el que admitieron para los vasos de tres pies un uso apropiadamente especializado en el alfar del yacimiento malagueño (Barceló et al. 1999: 295) y, en especial, Curiá et al. (2000: 1476, fig. 5, arriba).

     Por otro lado, tendríamos las ánforas de hombro marcado, de las que tenemos un cuello con borde de uno de estos recipientes tan significativos de esta etapa cultural (Fig. 7: izquierda). Su presencia en Osuna revalorizaría el papel de punto intermedio en las comunicaciones comerciales que debieron fluir entre la costa atlántico-mediterránea semitizada y los territorios del hinterland indígena del que debió formar parte el yacimiento de la Quinta. Esas ánforas sirvieron de grandes contenedores para el intercambio de productos en ambos sentidos, entre la costa y el interior, ya fuese vino, aceite, grano y productos elaborados de la pesca, del que se beneficiaron las poblaciones foráneas y las autóctonas. La intensidad de ese intercambio fue hasta tal punto provechosa, que desde muy pronto las poblaciones del interior empezaron a fabricar directamente estos contenedores cerámicos, para hacer frente a una demanda cada vez más creciente, tanto de productos y como de recipientes adecuados para su transporte (Contreras et al. 1983). La presencia de nuestro cuenco trípode puede ser una evidencia suficiente de fabricación alfarera, en la que las ánforas serían uno de los productos que se elaboraron, en mayor medida.

     El tercer elemento recuperado en la Quinta es un vestigio muy fragmentario de un recipiente cerámico (pithos) también característico del mismo horizonte cultural (Fig. 7: derecha) que estamos destacando (Maas-Lindemann 1986: 235-236, fig. 2,16), perteneciente al asa de uno de ellos. También este recipiente es un claro contenedor, que se caracteriza por una abertura mucho más desarrollada y una más clara separación entre el cuello y el cuerpo de la vasija. Por lo demás, lo realmente peculiar es la presencia en ella de cuatro asas opuestas que van directamente desde el borde al hombro, destacándose en este caso el diseño de un asidero, conformado por tres cilindros paralelos, frente a la solución habitual de un asa bífida. Aunque tampoco son desconocidas con la opción más compleja de asas de cuatro elementos conformantes. Es un recipiente muy bien estudiado, cuya cronología encajaría perfectamente con el periodo que estudiamos, tartésico u orientalizante, parejo al desarrollo vital de los centros productivos y de distribución económicos de la costa meridional bajo dominio fenicio.

     No debemos dejar pasar la circunstancia de que estas últimas vasijas, junto a las ánforas anteriores, también debieron tener un amplio empleo en los ámbitos domésticos, donde su presencia no solo representaría satisfacer determinadas necesidades del consumo familiar, sino cubrir otras exigencias de diverso índole, incluidas las estéticas, pero acomodadas al gusto de la moda local. En este sentido, algunas de estas vasijas solieron recibir una pintura superficial muy llamativa, en la que fueron habituales las alternancias de bandas de colores rojizos y negros, con espacios decorativos más amplios a la altura de las asas, donde se representaron motivos geométricos más variados, como elementos estrellados, líneas onduladas o triángulos de diversa composición.

     De su valoración por las familias habla el hecho de que su uso se extendiera a los ajuares funerarios, cumpliendo la doble función de haber servido a sus dueños, tanto en vida, como en la muerte, pero significando con ello que fueron elementos de prestigio que dignificaban el paso del difunto a la otra vida. Es el caso de las ánforas que se fabricaron con una superficie recubierta con un acabado de engobe rojo, como conocemos en alguna de las tumbas de cámara del horizonte fenicio de la costa de Málaga, concretamente en la sepultura nº 1 de Trayamar (Schubart y Niemeyer 1976: 212, lám. 49c).

     Esta localización del más antiguo hábitat de Osuna representa además, frente a las otras ubicaciones que estamos destacando, el único sitio de todos donde menos investigaciones de campo se han realizado hasta el momento. Por eso, la potencialidad patrimonial en este lugar se presenta, quizás, como la más prometedora de las que aún quedan en nuestra localidad. Indudablemente, la ausencia de otros acercamientos indagatorios de carácter arqueológico, salvo los meramente superficiales y la exploración de la zona necropolar en el pie de monte de la vertiente septentrional, hacen de esta parte del yacimiento la que alberga mejores expectativas para alcanzar en un futuro un conocimiento más profundo de la evolución cultural y cronológica del asentamiento durante, al menos, el último milenio a.C. Incluyendo el periodo orientalizante, que en este trabajo hemos querido destacar.

     Sobre la preservación de los bienes materiales que aquí pudieran conservarse, debemos entender que al no haber existido excavaciones en época reciente, los contenidos arqueológicos deben ser en esta parte más abundantes que en otras, sin haber tenido que sufrir la carga de pérdida patrimonial que conocemos en el resto del hábitat y de las necrópolis que se han podido conocer. Por supuesto, sin considerar el deterioro que haya podido producirse en el subsuelo por la dedicación de todo este espacio a las labores agrícolas que, por algunas de las fotos que nos dejara el legado gráfico de Pierre Paris, de principios del siglo XX, no deben ser anteriores a esa fecha. En realidad, esas imágenes de entonces permiten reconocer un uso parcial de adehesamiento ganadero, que compensaría para la conservación de sus vestigios pasados, frente a un laboreo mucho más prolongado y lesivo, como debe suponerse –con razón– en las otras partes del yacimiento, más cercanas al núcleo habitado actual.

8. Osuna 1903. P. Paris (segundo por la derecha) junto a algunos de los aficionados a la arqueología durante la excavación del pozo del Haza de Blanquet, junto a otros curiosos. En el centro y al fondo se aprecia la vegetación adehesada de la cima de La Quinta, en contraste con el olivar del Garrotal de Postigo (arriba, izquierda). Detalle del original 2-27 del álbum fotográfico de P. Paris. © Casa de Velázquez, Madrid.

    En consonancia con ello, los procesos erosivos también han debido ser más profundos en las propiedades afectas a esa mayor incidencia de la economía agrícola, que en este último sitio de la Quinta, donde tal tipo de explotación ha sido más corta y menos destructiva, al menos en la cima de la cota (Fig. 8). Sí debe indicarse que la presencia en el ángulo nororiental de estas alturas de un prolongado espacio de acumulación de basuras y escombros, hasta hace muy poco tiempo, ha repercutido negativamente en la conservación de esa parte del sitio, porque no solo se desarrolló un proceso de desescombro en superficie, sino que la acumulación se acondicionó con el aterrazamiento artificial mediante maquinaria pesada para evitar corrimientos indeseados de los desechos que iban a acumularse. Por eso, en ese mismo extremo oriental de la topografía de la Quinta/Carpintería sí pensamos que podría haberse producido alguna pérdida patrimonial que, desgraciadamente, nunca sabremos valorar, porque tampoco hubo un estudio previo de prevención arqueológica que justificara y asegurara con suficiencia la imposibilidad de dicha pérdida.
    Por contra, aún existe la posibilidad de documentar en un futuro los lienzos murarios que pudieron circundar este ámbito habitacional y que parecen circunscribirse, al menos, a parte de la ladera meridional y a la cota media de la vertiente norte de esta cota topográfica, donde su evidencia superficial es palpable en algunos sitios de manera intermitente. Posiblemente mejor conservada hacia el septentrión, las transformaciones agrícolas que empiezan a producirse en su cima y la fuerte erosión visible en el mediodía hacen peligrar una parte considerable de su trazado, por lo que debiéramos exigir una mayor vigilancia de las autoridades culturales competentes, así como una necesaria intervención arqueológica que, actualmente, no es tan factible en otros sitios del yacimiento, en los que sus vestigios patrimoniales estarían ya más seriamente comprometidos.
    De cualquier modo, la importante extensión superficial que ocupa este entorno arqueológico, comprendido por la suma de los pagos de La Carpintería y de La Quinta, permiten abrigar esperanzas optimistas respecto de futuras y exitosas localizaciones patrimoniales en su entorno, que pudieran corresponder al periodo cultural propiamente orientalizante.
    En último término, hemos querido abordar el caso que indicamos con el número cinco de las leyendas representadas en nuestra segunda figura, por corresponder con hallazgos que derivaron de un seguimiento arqueológico que fue necesario realizar por las obras que se llevaron a cabo en ese lugar durante 1998 y 1999), cuando el Ayuntamiento de Osuna decidió desdoblar, ensanchar y pavimentar adecuadamente el acceso (Cuesta de los Cipreses) que, desde las últimas casas del barrio de La Farfana, conduce hasta la explanada que separa la antigua Universidad de la Colegiata. La afección arqueológica incidió particularmente en el flanco derecho de la nueva vía, según nos dirigimos desde ese barrio hacia la zona monumental. Como puede apreciarse suficientemente en las imágenes que recogemos, donde mostramos comparativamente las diferencias existentes en un lapso de tiempo de casi dos décadas entre 2002 y parte del 2021 (Fig. 9).
    

9, Comparativa de la Cuesta de los Cipreses, entre 2012 (izquierda), poco después de la intervención arqueológica y la primera mitad del 2021. © Google Earth, 2021.


    Pero la importancia de los hallazgos arqueológicos que allí se produjeron debió haber llevado a la corporación municipal a adoptar un cambio más adecuado y profundo de aquella prevención patrimonial, las urgencias políticas del urbanismo local impidieron tan necesaria transformación. Pese a todo, el registro estratigráfico alcanzado pasa por ser uno de los mejor documentados que Osuna dispone hasta el día de hoy de su pasado (Ruiz Cecilia 2001 y 2015: 421 ss., con casi toda la bibliografía generada al respecto) y, probablemente, el mejor fechado, por haber permitido obtener las primeras dataciones de cronología absoluta del yacimiento, comprendiendo la etapa cultural que estamos destacando (Ferrer et al. 2017: anexo).
    Aunque estos autores, que acabamos de citar, presuponen en la zona de su excavación, al mediodía y occidente de la ladera media del Cerro de los Paredones, un establecimiento del Bronce Final, como posible fundación de la primera localización urbana de la más antigua Osuna y que, más tarde, en época orientalizante se trasladara la ubicación del asentamiento a otro lugar. Nosotros no descartamos que tanto este lugar como La Quinta/Carpintería hubiesen coexistido en el periodo cultural que aquí nos interesa, con independencia de que la trayectoria vital de ambos sitios hubiese acabado siendo diferente.
    Pese a todo, la gran acumulación de vestigios de diversas civilizaciones que se han documentado en el primero de esos sitios, gracias a la evidencia material de la investigación de Cuesta de los Cipreses, apuntarían más hacia nuestra interpretación y que la gran acumulación de restos de diversas épocas con la incidencia negativa para la conservación de los más antiguos, por culpa de la sucesiva deposición, reutilización y remoción de los más antiguos por los más modernos, explicaría la escasez de elementos orientalizantes en los sectores explorados, pero no su ausencia en todo el conjunto del espacio que sigue quedando sin estudiar.
    Por otro lado, tampoco todos los elementos materiales que se han considerado como propios del Bronce Final, en los momentos postreros de lo prehistórico garantizan por sí mismos (Fig. 10) que no estemos en época orientalizante. En este sentido, vamos a destacar dos elementos que se han dado a conocer y que pertenecen, uno de ellos claramente a la investigación arqueológica que estamos precisando y otro que, pese a ser un hallazgo superficial, coincide plenamente con los rellenos arqueológicos exhumados en los Cipreses y que fueron dados a conocer en la tesis doctoral de J. I. Ruiz Cecilia, como veremos inmediatamente.

10. Cuesta de los Cipreses y proximidades. Retículas bruñidas de la explanada de la Colegiata (arriba) y del muro orientalizante de los Cipreses (centro). Fragmento pintado de tipo Carambolo de la cabaña 2 (abajo). A partir de originales de Ruiz Cecilia (2015) y de Ferrer et al. (2017).


    Empezaremos por la recuperación superficial, que corresponde con el fragmento de una fuente de cerámica a mano y decoración interna de retícula bruñida (Fig.10: arriba). Pese a proceder de la explanada entre la Colegiata y la Universidad, debe relacionarse directamente con los contextos de los Cipreses, con hallazgos similares (Ferrer et al. 2017), al formar también parte de los depósitos patrimoniales de la propia elevación topográfica de los Paredones; concretamente de su ladera occidental, entendida como prolongación de la parte más elevada de lo que se analizó en los Cipreses. De igual modo deben entenderse los restos de la ladera septentrional de esta misma cota, donde también aparecieron elementos del Bronce Final que cuadran con los que estamos analizando, aunque por falta de espacio no trataremos aquí (Ruiz Cecilia 2005 y 2015: 420-421).
     El caso de retícula bruñida que destacamos (Ruiz Cecilia 2015:fig. 8.4), corresponde al fragmento de borde de una típica fuente de labio almendrado al interior, carena alta y suave al exterior, junto con decoración bruñida solo interna, aunque es frecuente un tratamiento general bruñido al exterior. Ese bruñido solo afecta a ciertas zonas del interior, que forma determinados diseños respecto del resto de la superficie en esa zona, sin tratar y de aspecto mate. En esta ocasión, el motivo decorativo consiste en una banda que contornea todo el borde, de la que salen otras radiales hacia el centro del fondo del mismo grosor, dejando espacios intermedios donde se extiende la auténtica decoración, en base a líneas irregulares que pudieran conformar composiciones en muchas ocasiones espigadas o reticulares. Este tipo de vasos también se encuentran en uno de los fondos de cabaña analizados en Cuesta de los Cipreses y asociadas a los rellenos posteriores de un muro protohistórico y a los contenidos superficiales (Ferrer et al. 2017: figs. 7: 15; 16:14-15 y 17:5-6).
    Tales materiales cerámicos se han relacionado siempre con la civilización tartésica, por lo que su adscripción al Bronce Final no presupone siempre un momento previo al mundo fenicio, puesto que la coexistencia de estas mismas producciones cerámicas con productos de raigambre fenicia está constatada en muy variados yacimientos andaluces, incluyendo el sitio homónimo de las cerámicas prototípicas tartésicas de tipo Carambolo. La disociación de esa coexistencia en los resultados arrojados por la Cuesta de los Cipreses, con presencia de esas producciones alfareras (Ruiz Cecilia 2015: fig. 8.8) a mano (Fig. 10 abajo), no debe obligarnos a que sigamos hablando solo del momento prehistórico de fines del Bronce. Los investigadores de los Cipreses incluso caracterizaron los restos de un muro protohistórico que, en realidad, tendría que ser posterior a lo prehistórico, pero que había sido arrasado en gran medida por la construcción del primer camino contemporáneo. Una pérdida infraestructural que hace abrigar la esperanza de encontrar hallazgos complementarios con la extensión de lo explorado hasta el momento. Esa posibilidad deja abierta la esperanza de que se amplíen los hallazgos y que, finalmente, también aparezcan producciones torneadas de origen fenicio o asimiladas, propias de lo orientalizante, justificando la pervivencia del poblado prehistórico hasta al menos ese momento, justificada hasta ahora por un único fragmento cerámico gris a torno (Ferrer et al. 2017: 94).
    Otra cuestión serían las cuatro fechas absolutas que ha proporcionado el estudio de los Cipreses, que tampoco cuadrarían con el contenido arqueológico de su investigación; salvo una de ellas, que arroja una datación del año 2830 ± 35 BP, que calibrada nos llevaría a un margen temporal entre los años 1113-904 BC, con una calibración de 2 σ, con un 95% de probabilidad (Ferrer et al. 2017: 114). No obstante, el acento no debería ponerse en la distorsión que, frente a ella, suponen las otras tres dataciones absolutas, que solo chocarían si el momento más antiguo de Paredones lo fijáramos solo en el Bronce Final. En realidad, más nos parece que esas fechas, del tercer milenio antes de Cristo, lo que vienen a corroborar es que el origen humano de Osuna habría que llevarlo a la Edad del Cobre, como ya defendimos razonadamente en su momento (Pachón 2002) y como, también ahora, esa cronología viene a sustanciarlo.
    En tal sentido, aunque no hayan aparecido elementos materiales propiamente arqueológicos de ese momento tan antiguo, debe considerarse que las muestras para esas dataciones absolutas del tercer milenio se obtuvieron de restos óseos de fauna, a través del análisis del colágeno que conservaban. Huesos de animales que fueron sacrificados tres mil años a. C., pero que luego pudieron pasar a los rellenos del Bronce Final, cuando los habitantes de este momento removieron hasta la roca natural el terreno donde asentaron sus cabañas, dos milenios después. Aún sin más evidencias, esos huesos son un fiel reflejo de que la Cuesta de los Cipreses ya había sido ocupada por el hombre en la Edad del Cobre.
    Tan interesantes hallazgos y dataciones en los Cipreses, hace de esta zona un espacio de gran potencial arqueológico, pero que aún está por determinar, dada la escasa muestra superficial investigada en un área patrimonial muchísimo más extensa. Frente a los otros lugares que hemos venido destacando, la Cuesta de los Cipreses reúne no solo vestigios ya de época orientalizante, sino anteriores y posteriores, hasta época medieval y moderna, de cuyo conocimiento depende encontrar el mayor número de certezas que completen las áreas más oscuras de la historia de Osuna y de la evolución urbana de un asentamiento complejo y de tan prolongada trayectoria.

CONSIDERACIÓN FINAL 

    Las muestras patrimoniales de hallazgos orientalizantes de Osuna, que hemos querido evidenciar a lo largo de estas líneas, representan una recapitulación suficiente para comprobar la situación de este tipo de evidencias materiales en todo el yacimiento arqueológico de la antigua Urso. Junto con ello, hemos tratado de exponer la potencialidad arqueológica que reúne cada uno de los sitios que aún subsisten con recuperaciones históricas de esa categoría cultural, en aras de futuras investigaciones que pudieran desarrollarse con garantías de resultados en tan dilatado campo patrimonial.

    Sin necesidad de mostrar un cuadro totalmente exhaustivo y comparativo de esas potencialidades arqueológicas, lo que sí debemos ratificar es que esa riqueza patrimonial no solo debe quedar, para su recuperación y adecuado conocimiento, al albur del esporádico interés de los equipos de investigación que puedan sentirse atraídos por el estudio de nuestro pasado, o por la circunstancia aún más aleatoria de los muy ocasionales hallazgos casuales que puedan producirse. Hallazgos que pudieran atraer aquel interés y que terminaran moviendo la mecánica legal obligada de prevención y recuperación que las instituciones culturales administran. Pero, aquí en Osuna, lamentablemente no solemos estar, si quiera, en ninguna de esas dos casuísticas.

    En Osuna, además, se da una circunstancia que tampoco favorecería, si se llegaran a producir esas posibilidades como las que planteamos, que se alcanzara un buen puerto. Nos referimos concretamente a que, ni existe, ni ha existido nunca, una Comisión de Patrimonio que pudiera ser tenida en cuenta a la hora de valorar sus dictámenes técnicos sobre asuntos de competencia patrimonial, que fuesen tenidos en cuenta para actuar consecuentemente, en caso necesario, y que las decisiones al respecto no acabaran dependiendo exclusivamente de la voluntad política de turno.

     La que consideramos imprescindible Comisión resultaría aún más apropiada, cuando comprobamos que con la legislación vigente, en materia cultural, seguimos permanentemente anclados en una posición poco activa, las más de las veces improcedente y sin avanzar prácticamente nada en la recuperación de los bienes inmuebles que sabemos se han conservado. No solo de época protohistórica, sino incluso de tiempos romanos, medievales y renacentistas que, en muchos casos, resultan en Osuna bastante más evidentes.

     Muchas veces, las oportunidades que surgen y pudieran empezar a revertir esa situación tampoco se suelen aprovechar convenientemente, porque las decisiones que debieran tomarse desde las instancias apropiadas, para que pudiesen aportar las más calificadas opiniones técnicas, resultan de imposible consideración ante la inexistencia material de las mismas. Por no hablar de las prisas que embargan a los responsables políticos en sus siempre escasos periodos de mandato.

     En Osuna, el sitio de la Cuesta de los Cipreses se ha acabado convirtiendo en un caso totalmente paradigmático de cuanto decimos. Cuando, a finales de la década de los noventa del siglo pasado, se adecuó ese camino en pendiente hacia la Colegiata y la Universidad, hubo un par de cosas que se hicieron, aunque no del todo bien. Por un lado, se realizó una simple vigilancia arqueológica, cuando los restos emergentes en el lugar de la intervención, incluso antes de ella, ya hubiesen exigido una auténtica excavación; pero, por otro, también se utilizó maquinaria para retirar estructuras y sedimentos patrimoniales en una acción inconcebible para lo que debía esperarse de una intervención en un BIC a finales del siglo XX, perfectamente regulada por las leyes de patrimonio vigentes.

     Pese a todo, la participación de los profesionales de la arqueología que ‘acompañaron’ aquella intervención fueron capaces de extraer una relevante información sobre la gran importancia del sitio (Ruiz Cecilia, 2001 y 2015: 420 ss.; Ferrer et al. 2017: 81 ss.), complementando positivamente las deficiencias que habían preñado el plan de obras, que desde la corporación municipal se había previsto en el lugar. Aunque tampoco es que los munícipes fueran los únicos responsables de tales deficiencias, porque las autoridades patrimoniales, adscritas a la consejería cultural andaluza, tampoco tuvieron la capacidad preventiva que cabría esperar de ellas y respaldaron, de facto, aquel sinsentido.

     Desde aquellos hechos ya han pasado algo más de veinte años, se ha progresado mucho en el conocimiento del pasado de Osuna y cabría pensar que también se había hecho lo propio en las tareas de prevención, custodia y conservación patrimoniales. Pero, otra vez, la Cuesta de los Cipreses repite como un bucle que no pareciera tener fin, los mismos errores de hace tantos años. De nuevo, en 2021, la mejora de la calzada de esa cuesta, levantando el asfaltado anterior para sustituirlo por un empedrado de adoquines tradicional, ha dejado escapar la oportunidad de subsanar los viejos errores de aquella primera intervención y, pese a las estructuras arquitectónicas encontradas, de nuevo se arrincona el plano cultural de su investigación con otra acción tan plana y tan poco incisiva como la anterior, volviendo a sepultar y dejando sin analizar suficientemente unos elementos constructivos de gran valor patrimonial (Fig. 11). Todo, sin referirnos siquiera a la necesidad de su puesta en valor y conservación.

11. Cuesta de los Cipreses. Vistas parciales de las obras en la calzada hacia el sur (izquierda) y hacia el norte (derecha). © J. A. Pachón, abril de 2021.

     En lugar de tanta preocupación por el remozado de la Cuesta de los Cipreses, la prioridad debería haberse centrado en recuperar las construcciones que no se estudiaron en los noventa, cuando se hizo aquella calzada. En realidad, tampoco debería parecernos tan urgente mantener dos vías urbanas prácticamente paralelas por el mismos sitio: la que se ha renovado y la que discurre unos metros más al oeste, por una cota inferior y dejando ver en su margen oriental los frentes de muro de muchas de las estructuras arquitectónicas que solo podemos seguir imaginando, tras haber sido sepultadas de nuevo en su prolongación por el este. Esta vía, que en puridad sería el auténtico Camino de los Cipreses, frente a su par o Paseo de la Universidad de Osuna, con un solo sentido podría haber sido la única en conservarse. Incluso con esa reducción continuaría cubriendo suficientemente las necesidades de acceso rodado o de desahogo de las alturas monumentales de Osuna, que seguirían contando en el flanco opuesto, ya al otro lado de la plataforma de la Colegiata/Universidad, con la ruta de doble sentido del Camino de Buena Vista.

    En fin, mientras Osuna no entienda que el patrimonio es el acervo acumulado por la historia, la herencia directa de nuestros antepasados y siga anteponiendo el cortoplacismo de sus accidentales gobernantes, haciendo prevalecer sus políticas inmediatas, mirando solo al voto fácil y olvidando el bien común de nuestros mayores, seguiremos sufriendo la inmerecida gestión de quienes, sin saber cuidar lo propio, nos quieren vender la falacia de su alta capacidad para defender los bienes de todos. Ciertamente, la larga trayectoria temporal de esta villa sevillana, con tan gloriosa historia generada, se merece ya otra política más imaginativa y respetuosa con el pasado. Existe otra memoria histórica, mucho más atrás que la posterior a julio de 1936, que la ética de lo políticamente correcto no puede seguir ocultando con gestiones tan poco disculpables como la que ha afectado al desdoble de la Cuesta de los Cipreses, volviendo a poner en peligro el verdadero bien común que nos dejaron nuestros antepasados.

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